Precios, salarios y tipo de cambio

En 2010 (diciembre sobre diciembre) los precios crecieron en España al 3 por ciento, mientras que en Alemania lo hicieron al 1,9 por ciento y en la Eurozona el porcentaje de incremento medio fue del 2,2.

 

Tras el fracaso del Sistema Monetario Europeo, nos aseguraron que con el euro sería distinto. La Unión Monetaria no permitiría la divergencia en las tasas de inflación. Pero, tal como algunos ya intuíamos, no ha sido así. Desde la entrada en la Unión Monetaria hasta 2007, España ha mantenido año tras año un diferencial en los precios con la media europea y, en mayor medida con Alemania (17 puntos), lo que le ha hecho perder competitividad y ha incrementado considerablemente el déficit por cuenta corriente, siendo la causa del endeudamiento y en buena medida de la crisis económica.

 

Conviene insistir en que esa diferencia en las tasas de inflación no se puede achacar, como es evidente, a la política monetaria, ya que era la misma para todos los miembros de la Eurozona, ni al déficit público -todos estos años se mantuvo una política fiscal bastante más restrictiva que la de nuestros vecinos-, ni a los salarios -los costes laborales unitarios en términos reales descendieron en nuestro país más que en el resto de los países europeos.

 

Cuando no se puede devaluar la moneda (a España le resulta imposible al estar en la Unión Monetaria), el único camino que queda es la recesión, que genera paro y, al menos en teoría, hace descender los salarios y los precios. Digo que en teoría porque la afirmación ha resultado cierta en cuanto a la moderación de los salarios, pero no en cuanto a la de los precios. Si bien la crisis en los dos años anteriores ha mantenido los precios más o menos al nivel de la media de la Unión Monetaria, en 2010, de nuevo, ha surgido un diferencial en la inflación de siete décimas. De nada ha servido que los salarios estén evolucionando de manera moderada y con incrementos inferiores a los del resto de los países.

 

El binomio precios-salarios, y sus incrementos respectivos, muestran en realidad la tensión siempre existente entre el capital y el trabajo a la hora de repartir el pastel, es decir el producto. La relación entre ambas variables determina en buena medida qué parte de lo producido se dedica a retribuir a los trabajadores y qué parte va a engrosar el excedente empresarial.

 

En este aspecto, resulta de sumo interés conocer la evolución de los costes salariales unitarios en términos reales. Dicha magnitud es tan sólo el cociente entre el salario real y la productividad; por tanto, cuando este índice crece, la parte de la renta que se destina a retribuir a los trabajadores se incrementa a expensas del excedente empresarial y cuando desciende, es éste el que se apodera de un trozo mayor de la tarta en detrimento de la parte que se dedica a los salarios.

 

Existe una cierta uniformidad en todos los países: el índice crece hasta 1980, para comenzar a partir de esa fecha una marcha descendente que dura hasta los momentos presentes. Ello confirma el cambio ideológico producido en estos treinta años de dominio progresivo del neoliberalismo económico y como éste ha forzado un incremento de la desigualdad a favor de las rentas empresariales y de capital, y en contra de los salarios. España se encuentra a la cabeza de la mayoría de los países en cuanto a esta tendencia se refiere, tanto si consideramos los treinta años señalados como si nos referimos exclusivamente al periodo de nuestra permanencia en la Unión Monetaria. Desde 1999 los costes salariales unitarios en términos reales han descendido en España seis puntos porcentuales, mientras que en la media de la Eurozona el descenso ha sido tan sólo de dos puntos.

 

Hay que concluir, por tanto, que los salarios están lejos de ser los responsables de que los precios en nuestro país se incrementen en mayor medida que en el resto de los países de la Eurozona. En todo caso, lo único que han hecho ha sido defenderse a duras penas de la inflación. Así lo ratificaba la OCDE cuando a mediados de 2007, en su publicación "Las perspectivas económicas del empleo", afirmaba que en los últimos diez años el salario real había descendido en España un 4 por ciento.

 

Ante la imposibilidad de devaluar, el Gobierno y las fuerzas sociales y económicas tienen que plantearse muy seriamente cuál es la causa de que nuestros precios aumenten más que los de los vecinos. Es una cuestión de supervivencia. Nos va en ello el ser o no ser económico; y no sirve recurrir a las respuestas elaboradas por los manuales para unas circunstancias económicas distintas a las actuales. En un mercado de libre competencia, es posible que el ajuste en las retribuciones de los trabajadores se transmita inmediatamente a los precios; pero cuando las condiciones de los mercados y de las empresas están muy lejos de esa concurrencia ideal, la moderación salarial puede que se oriente simplemente a agrandar el excedente empresarial sin que los precios desciendan.

 

Es verdad que España necesita de reformas estructurales. Pero no las relativas al mercado laboral ni a las pensiones. Lo que se precisa modificar es la organización de nuestros mercados y de nuestro sistema empresarial y de producción, que es la que origina que aquí, a pesar de que los salarios crecen menos que los de nuestros vecinos, los precios se incrementen en mayor cuantía.