Esperpento popular

De sobra conozco, incluso por propia experiencia, la falta de democracia que caracteriza, al menos en nuestro país, a las formaciones políticas. Los aparatos gobiernan con férrea mano las estructuras, y las discrepancias y disidencias tienen pocas posibilidades de prosperar. Al final se impone la autocensura. Pero una cosa es que así sea la realidad y otra muy distinta que se manifieste abiertamente y sin pudor. Una cosa es practicarlo y otra confesarlo sin ningún tapujo.

El espectáculo dado por el PP la semana pasada ha ido más allá de todo límite, ha sido bochornoso, y no precisamente porque en Madrid apareciesen dos candidaturas a la Ejecutiva regional, situación que debería ser la normal si los partidos fuesen realmente democráticos. El esperpento se desencadenó a partir de las reacciones febriles e histéricas que este acontecimiento provocó.

Es muy posible que en todas las formaciones políticas las direcciones nacionales aspiren a interferir en las agrupaciones regionales para colocar, bien en la ejecutiva, bien en las candidaturas, personas afines a su cuerda o a su corriente. Sin ir más lejos, ahí están los apaños y pactos en el PSOE madrileño, forzados por Zapatero, para colocar a Trinidad Jiménez como candidata a la Alcaldía y que tan funesto desenlace tuvieron para este partido, perdieron la Alcaldía y hasta la Comunidad. Pero tales chanchullos se hacen en la mesa camilla, sin luz ni taquígrafos, y guardando las formas exteriores.

Lo del PP de esta semana ha sido otra cosa. Ni la aparente tranquilidad y buen rollito de Rajoy han podido ocultar las reacciones neuróticas de su segundo de a bordo, amenazando con las penas del infierno a aquellos cuyo único delito era el de ejercer un derecho que se supone posee cualquier afiliado, presentarse a las elecciones. La dirección nacional ha hecho gala de carecer de toda finura y del menor atisbo de cintura para afrontar una crisis, si se puede calificar así la situación planteada. Los ciudadanos  –aquellos que no son forofos de ningún partido, pero que votan- han presenciado atónitos los exabruptos del secretario general del PP y cómo la clac más fanática tildaba de traidor al alcalde de Madrid y pedían sangre.

Hace dos semanas escribía en estas mismas páginas virtuales que en materia económica y social no había diferencias sustanciales entre Gallardón y Esperanza Aguirre. En el pensamiento único se instala no sólo todo el PP, sino la gran mayoría de los políticos en ejercicio, incluso muchos de los pertenecientes a partidos que se autodenominan de izquierdas. Pero eso es una cosa, y otra muy distinta es que, dado que el actual sistema permite únicamente un número reducido de formaciones políticas, cada uno de los grandes partidos sea bastante heterogéneo. El PP, en teoría, aspira a aglutinar toda la derecha y parte del centro político. Un espacio tan enorme no puede abarcarse con planteamientos monolíticos. Al final se pierde por algún lado. Tal espectro ideológico sólo se puede mantener con mucha cintura y bastante diálogo, justamente lo que ha faltado en esta ocasión.

Se ha dicho que el PP había hecho un gran servicio a la democracia española al integrar en ella a la ultraderecha. Es posible, pero desde luego será a condición de que no sea precisamente la ultraderecha la que imponga su orientación en el partido. El sectarismo y las reacciones casi fascistas mostradas en esta ocasión generan los peores augurios.