Agresores y agredidos

“Por ahora hemos evitado la llamada guerra de divisas”. Estas palabras del presidente del país anfitrión al finalizar el G-20 de Seúl fueron a todas luces exageradas. Más bien se puede afirmar que todo ha quedado igual que antes de la cumbre y que se ha pospuesto la solución para el año que viene. Un año es mucho tiempo para que los países continúen manteniendo los desequilibrios exteriores de hoy.

Todos se reafirmaron en la huida de las devaluaciones competitivas, pero ni siquiera fueron capaces –por no incomodar a China– de asentar un principio esencial: el de evitar mantener tipos de cambio por debajo del nivel de equilibrio por motivos competitivos; porque lo cierto es que en esta guerra de divisas hay agresores, por ejemplo China y Alemania, y agredidos, EE UU, Grecia, Portugal y España. No puede extrañar, por tanto, que EE UU intente defenderse mediante el procedimiento de inundar de dólares el mercado, lo que sin duda perjudica a algunos países emergentes, que se protegen a su vez adoptando medidas de control de cambios que años atrás nunca se hubiesen permitido.

Los más indefensos son los países de la Unión Monetaria con saldo negativo en su balanza de pagos y que no pueden devaluar a pesar de que su moneda, el euro, mantiene para ellos un tipo de cambio por encima de su valor de equilibrio, aunque para Alemania, sin embargo, se halle por debajo. Esa es la paradoja y la contradicción de que Europa adoptase la misma postura en el G-20. Estos países se encuentran a la hora de competir en una situación de inferioridad no sólo con respecto a Alemania, sino también frente a China, a EE UU y a otras muchas economías. La única alternativa a corto plazo para corregir su desequilibrio exterior pasa por la recesión y el paro.

Si los mercados atacan la deuda pública de los llamados “PIGS” (Portugal, Irlanda, Grecia y España, incluso Italia), se debe, más que al nivel de su déficit fiscal –de ahí la inutilidad de los planes de ajuste– a que saben que sin devaluación es muy difícil que su economía se reactive, tanto más si Alemania no está dispuesta a corregir su superávit exterior con una política económica más expansiva. Alemania, por el contrario, coloca obstáculos. No se puede tildar de otro modo la pretensión de que, en caso de rescate, los tenedores de la deuda tengan que soportar una quita. ¿Puede extrañar que los inversores hayan reaccionado elevando el precio?