El drama de los obispos

Los obispos y algunos voceros de la cadena radiofónica de la Iglesia vienen repitiendo que los católicos se sienten acosados y perseguidos. Uno tendería a pensar que estamos en la época de Nerón o de Diocleciano. Es posible que subsista el pan y circo, pero, en todo caso, hoy el circo es el fútbol o la televisión basura. La contradicción se hace patente cuando mantienen a continuación que la gran mayoría de los españoles son católicos. Un poco extraño, ya que las persecuciones siempre suelen sufrirlas las minorías, nunca las mayorías.

A lo largo de la historia, la jerarquía eclesiástica ha recurrido a la expresión persecución religiosa tan pronto veía peligrar sus privilegios, privilegios de los que no disfrutan los católicos sino la Iglesia oficial. Ésta, en realidad, nunca ha confiado en sus fieles ni ha esperado que asumiesen su doctrina y moral de manera voluntaria; por eso ha apelado siempre al poder secular para imponer obligatoriamente sus preceptos. Estamos en los tiempos modernos, hoy no funciona la Inquisición , pero continúan pretendiendo que el Estado con sus leyes fuerce coactivamente a todos los españoles a asumir los mandamientos de una confesión religiosa que sus propios socios no desean cumplir.

Porque, dejémonos de hipocresías, el drama de los obispos es que son perfectamente conscientes de que, en la actualidad, los católicos en España constituyen una minoría; y que ese ochenta por ciento que se declara católico lo es únicamente de nombre. Esa es la razón por la que hay que obligarles mediante leyes coactivas; a ellos y a todos los demás españoles, puesto que si la obligación rigiese exclusivamente para los teóricamente católicos casi todos estarían dispuestos a apostatar. Fuera disimulos, ¿cuántos españoles hoy siguen la doctrina de la Iglesia en materia de sexualidad y familia?

El drama de los obispos es que saben perfectamente que muy pocas familias optarían por que sus hijos fuesen a clase de religión si fuese optativa y adicional a las otras materias, por ello hay que impartirla dentro del horario escolar y obligar a aquellos que no optan por esta asignatura a cursar otra cualquiera.

El drama de los obispos es que sospechan, y con razón, que muy pocos católicos estarían dispuestos a mantener los gastos de la Iglesia si se tradujese para ellos en un desembolso añadido. Y así se monta la ficción de dedicar al culto un porcentaje del gravamen del IRPF, pero sin que al católico le cueste un euro más de lo que pagan el resto de los contribuyentes. Mientras todo consista en poner una cruz en una casilla no hay por qué inquietarse; cosa muy distinta sería que contribuyesen de forma efectiva con el 0,5% de sus ingresos. En un debate televisivo una ínclita representante de la radio de la Iglesia , defendiendo la postura de los obispos, exclamaba muy indignada: “Los católicos queremos pagar más a la Iglesia , ¿por qué no nos dejan?”. ¿Y quién se lo prohíbe?, podríamos contestarle. No, los católicos no quieren contribuir con más dinero a los gastos de la Iglesia ; la prueba es que no lo hacen. Lo que se pretende –y no los católicos sino los obispos– es que el 0,5% del IRPF actual se transforme en el 0,8%. El tema es muy diferente.

El drama de los obispos es que intuyen que la gran mayoría de los que se llaman católicos lo son únicamente por charanga y tradición, y que si acuden a la Iglesia en determinadas solemnidades es únicamente porque así se ha hecho siempre y constituyen motivos para organizar celebraciones sociales. Claro, eso sí, siempre que tales prácticas no les compliquen la vida, les causen la más mínima incomodidad o representen gastos adicionales. En realidad, les da igual el matrimonio civil o el eclesiástico. Si escogen a veces este último, es porque suele ser más lucido. Y si bautizan a sus hijos o se pronuncian a favor de que hagan la primera comunión es porque todo el mundo lo hace y aparecen como momentos indicados para realizar fiestas familiares. La reacción furibunda de los obispos ante los bautizos civiles tiene su explicación. Ciertamente, el término resultaría contradictorio si el bautismo fuese en la práctica lo que teóricamente parece ser; pero por lo mismo a nadie le debería preocupar que se realizasen unos actos civiles con tal denominación. Si tanto les preocupa a los obispos, es porque para la mayoría el bautismo ha quedado reducido a un acto puramente social y como tal acto social sí puede ser sustituido por otro acto civil.

El drama de los obispos es que no quieren aceptar la realidad: que España hace ya mucho tiempo que dejó de ser católica, y no precisamente por ningún decreto gubernamental sino por la mera evolución ideológica de la sociedad. Haciendo abstracción del nominalismo, la sociedad española no es católica ni en sus ideas ni en sus prácticas vitales. Mal que les pese a los obispos, son ellos y los que piensan como ellos los que constituyen una minoría, son sus discursos y sus alocuciones los que suenan extraños y fuera de contexto.

Los obispos nos quieren hacer creer que el debate actual es entre una minoría, el Gobierno y los partidos que lo apoyan, y una mayoría de españoles que son católicos. Pero las cosas son muy distintas. En todo caso, el enfrentamiento se produce entre una mayoría de españoles, autodenominados o no católicos, representados en esos partidos, y una minoría, los obispos y algunos más que en realidad no representan a nadie. Ni siquiera el PP ni mucho menos todos los que votan al PP siguen en su totalidad las enseñanzas y doctrinas de la jerarquía católica. El drama de los obispos es que, aunque saben que son minoría, no se resignan a ello ni quieren renunciar al apoyo estatal que es lo único que, hoy por hoy, les permite mantener la ficción.