El cinismo de China y Alemania

       Se ha dicho y se ha escrito que esta crisis es mutante. Varias en una. Comenzó siendo financiera, continuó afectando a la economía real, más tarde a la deuda pública y, por último, a las divisas. No hay tal, se trata de una única crisis que ha mostrado finalmente su cara más oculta: la globalización y los enormes desequilibrios que comporta. En todos estos años de liberalización económica y financiera, los déficits y los superávits en las balanzas de pagos han evolucionado hacia niveles desconocidos, creando graves desajustes económicos entre países deudores y países acreedores. Así se explica la guerra de las monedas y que este tema se haya planteado en el último G-20 como primordial. De hecho, sin solucionar tales desequilibrios, no será posible salir de la crisis.

       No es pensable que los países deudores como por ejemplo EE.UU., Grecia, Portugal y España puedan seguir creciendo a crédito. El estancamiento está asegura. A los países acreedores como China o Alemania tampoco les resulta posible seguir creciendo únicamente a través de exportaciones si los compradores entran en crisis. De ahí la amenaza de incurrir en una nueva recesión. Los mandatarios internacionales parecen preocupados exclusivamente por buscar una solución individual para la economía de sus respectivos países, sin tomar conciencia de que quizá la salida o es colectiva o no es. Sálvese quien pueda. Eso aclara la razón de la guerra de divisas y también el hecho de que el G-20 de Seúl haya terminado sin pena ni gloria y dejando, además, cualquier solución para el año que viene, si Dios quiere. No era previsible que pudiera haberse llegado a un acuerdo teniendo en cuenta la postura de China y de Alemania.

       Existe un cierto cinismo en los planteamientos de estos dos países. Ambos presentan cuantiosos superávits en sus balanzas de pagos. Carecen de toda razón cuando reprochan a EE.UU. su política monetaria expansiva, que se traduce en una cierta devaluación del dólar. China recrimina a EE.UU. su déficit exterior, pasando por alto que su crecimiento actual depende precisamente del mantenimiento de ese déficit. Algo similar ocurre con Alemania; pretende obligar a los otros países europeos a mantener una política contractiva, pero la generalización de tal política implicaría dañar gravemente sus exportaciones, entre otras razones porque la moneda alemana se revalorizaría, ya que lo único que lo impide, y de eso se está valiendo el país germánico, es su pertenencia a la Unión Monetaria y el hecho de que en esta área hay países que tiran del euro hacia abajo.

       Desde el Acta Única, la Unión Europea se asienta sobre un sinfín de contradicciones, pero si existía alguna posibilidad de éxito Alemania la está arruinando. Esto es lo que perciben los mercados y por eso apuestan en contra de los países periféricos de la eurozona a los que Alemania está colocando contra las cuerdas. Se les priva de todo mecanismo de defensa a nivel nacional, pero al mismo tiempo tampoco se les concede el apoyo colectivo, de modo que se enfrentan sin protección a los movimientos especulativos de capitales.

       La pertenencia a la Unión Monetaria, en lugar de constituirse en un motivo de confianza en la economía de los países miembros, se ha convertido en un factor de incertidumbre, y Alemania parece empeñada en desestabilizar y en magnificar los riesgos de suspensión de pagos de otros Estados miembros. ¿Podemos extrañarnos de que los mercados se muestren reticentes cuando son los mismos países de la eurozona los que se esfuerzan en mostrar que no se fían unos de otros? Alemania frente a los otros Estados no se comporta como un socio más, sino como un déspota que desprecia al resto. Parece empeñada en poner obstáculos. De ninguna otra manera puede entenderse esa pretensión de que sean los propios inversores los que participen en el coste del rescate en caso de una eventual suspensión de pagos. ¿Puede sorprendernos que los mercados reaccionen elevando el tipo de interés a pagar por los títulos de las economías amenazadas?