El conejo Europeo

Todos han hecho el paripé. También el premier británico en un quiero y no quiero, estoy pero no estoy. Una vez más, la Unión Europa ha mostrado lo que da de sí. Se ha salvado in extremis, y a costa de ocultismo y de hurtar la decisión a los ciudadanos. La democracia está bien, pero siempre que disponga lo que conviene al poder. De lo contrario no hay que tener escrúpulos en retorcer el escenario y cambiar las reglas del juego. Eso es lo que ha representado el nuevo tratado firmado en Lisboa, sucedáneo de la malograda Constitución Europea.

Aseguran que no hay nada mejor para paralizar un proyecto que crear una comisión con el objetivo de estudiarlo. Tal aseveración se cumple, desde luego, al milímetro en la esfera internacional. En esa huida hacia delante, Europa, como si no hubiese sufrido bastante chasco con el grupo creado para la elaboración de la nonata Constitución , decide en la pasada cumbre instituir de nuevo un panel, afirman que de sabios, destinado a diseñar la Unión del año 20 ó 30. La propuesta no deja de tener su gracia porque, cuando resulta difícil saber lo que es la Unión Europea en la actualidad, nos estamos planteando lo que será dentro de quince años.

La moción se presenta aun más chunga si el sabio número uno es el ex presidente González. Un patriotismo infantiloide ha hecho que se llenasen de gozo todos los opinantes. ¿Cómo vamos a decir que no nos satisface el nombramiento de un español? Pues diciéndolo. Qué más da que sea español, francés o ingles, lo importante es lo que sea capaz de hacer, y me temo que los antecedentes no son, por cierto, los más adecuados, ni siquiera para plantear las incongruencias en que se desenvuelve actualmente la Unión, que tal vez sería lo único que, con un mínimo de sentido y utilidad, podría realizar el grupo que se crea.

Los botafumeiros indican que el nombramiento es el adecuado, porque González pertenece al grupo de los líderes políticos que en el pasado fueron los grandes artífices de la Unión Europea. Pero he aquí una de las razones por las que precisamente se encuentra incapacitado para este cometido. Los forjadores de este proceso han metido a Europa en un callejón sin salida, pleno de contradicciones, imposibilitando para siempre la creación de una verdadera unión.

El proyecto actual de Unión Europea se ha enmarcado en un contexto de triunfo del pensamiento neoliberal, de manera que en el diseño tan solo figura la integración en los aspectos comerciales monetarios y financieros, y brilla por su ausencia cualquier tipo de unión política y, por ende, social, laboral, fiscal y presupuestaria. La Unión Europea , lejos de convertirse en el germen de un nuevo Estado, ha sido el ariete de la globalización en las naciones europeas disolviendo las prerrogativas estatales y trasladando la soberanía de los poderes democráticos a los mercados y a instituciones irresponsables políticamente, como el Banco Central Europeo.

Sin duda el programa ha cumplido con creces las esperanzas del neoliberalismo económico, mientras que las fuerzas sociales y los partidos de izquierdas, si es que existían, se han dejado engañar. Ahora ya no hay solución posible. Resulta difícil creer que una vez que la ideología neoliberal, y los intereses empresariales y económicos a los que representa, han conseguido todos sus objetivos, vayan a ceder para configurar una Europa política y social. Si alguna esperanza quedaba se ha diluido de forma definitiva con la ampliación a 27 países sin que previamente se aprobase ningún mecanismo de integración.

Por otra parte, el nacionalismo termina complicando el escenario, de manera que los papeles se intercambian y se confunden, si es que aún tienen alguna razón de ser las ideologías. Así tenemos al laborismo inglés oponiéndose y obstaculizando cualquier mecanismo de integración, al tiempo que propicia la ampliación a cuantos más países mejor, incluso a Turquía, propuesta de la que también participa el Gobierno socialista español. La progresiva extensión geográfica es la forma de diluir la Unión Europea en la globalización y de paso imposibilitar definitivamente cualquier avance en materia social y política. Como contrapunto, se sitúa un conservador Sarkozy que ve el peligro de una ampliación indefinida y el riesgo en que se incurre cuando se renuncia al control democrático de la política monetaria, lo que paradójicamente da lugar a que sea un comisario socialista, el señor Almunia, el que tenga que salir en defensa del Banco Central Europeo.

Incluso en aquellas escasas áreas, como la agrícola, en las que goza de una política propia y común, la Unión Europea fracasa estrepitosamente. Los ciudadanos europeos, y más concretamente los españoles, estamos sufriendo en la cesta de la compra la incompetencia de una estrategia que hace subir los precios por desabastecimiento del mercado, mientras que se han limitado la producción y las importaciones. ¿Incompetencia? O tal vez algo peor, presión de intereses inconfesables. Todo ello después de que el Banco Central Europeo lleve meses subiendo los tipos de interés. Una vez más, queda claro que en la inflación intervienen otras muchas variables que no son monetarias y que, en ocasiones, una política monetaria restrictiva lo único que consigue es dañar la actividad y destruir el empleo.

En fin, siempre nos quedará el conejo para sacarnos del atolladero. El conejo o los salarios, porque tanto el gobernador del Banco de España como el ministro de Economía, ambos socialistas, proponen la misma receta para controlar la inflación: que los salarios pierdan poder adquisitivo. Ya lo dijo en otros tiempos González, la inflación no es de izquierdas. Parece ser que el hecho de que las retribuciones de los trabajadores crezcan menos que los precios, sí.