Frivolidad gubernamental

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Lo cierto es que Rodríguez Zapatero ha vuelto a equivocarse. Patinó de forma bastante ostentosa cuando anunció a bombo y platillo, y sin tenerlo cerrado, el fichaje de un peso pesado para ocupar detrás de él, el número dos de la lista de Madrid. El elefante parió un ratón y el mirlo blanco fue una simple gaviota, la actual ministra de Educación, a la que nadie conocía y menos aún sus méritos. Sólo la dictadura que impera en los partidos explica que notables del socialismo madrileño, como Almunia o Leguina, aceptasen ir detrás de ella en las listas.

Ahora ha repetido la situación, desaloja a Trinidad Jiménez (por cierto de una manera bastante escandalosa, premiándola con una Secretaría de Estado superflua que se crea especialmente para retribuir sus servicios, volvemos a los tiempos de la simonía) sin tener cerrado el relevo; y sin tener cerrado el relevo vuelve a anunciar la llegada del Mesías. Durante estas semanas, se han multiplicado los candidatos y se han multiplicado las negativas dando una imagen bastante desafortunada. El final por ahora ha sido el show de Bono.

Dicen que los socialistas de Madrid se han enfadado bastante con el antiguo ministro de Defensa. No entiendo yo por qué. Bono es de sobra conocido y de sobra se sabe que “tartufea”. No ha habido en su actuación nada demasiado alejado de su comportamiento habitual; pero haya sido cual haya sido su intención y haya empleado o no un doble lenguaje, la principal responsabilidad hay que buscarla en otra parte. Convendría empezar por la propia casa de la Federación Socialista Madrileña. La FSM nos viene sorprendiendo con vodeviles bastante impresentables. Aún no nos hemos olvidado del belén que montaron en las pasadas elecciones autonómicas con los renovadores de la base, y tampoco se puede olvidar que abdicaron de sus competencias al permitir que la Ejecutiva Federal impusiese la candidata a la alcaldía con tal de que a su vez aceptase la candidatura de Simancas a la Comunidad. Ahora vuelve a repetirse la función.

Pero hablando de responsabilidades, hay que situar a la cabeza al presidente del Gobierno que de nuevo ha dado pruebas de frivolidad, la superficialidad del que ignora los condicionantes de la realidad y piensa que puede moldearla a su voluntad, la superficialidad del que no pondera las consecuencias de sus acciones. Y es esta ligereza en los comportamientos la que asusta cuando se está hablando nada más y nada menos que del presidente del Gobierno. Las transformaciones que se están produciendo en el orden territorial están presididas por el despropósito. La aprobación del Estatuto de Autonomía de Cataluña ha estado rodeada de la mayor anarquía e improvisación. Es difícil no espantarse al contemplar la alegría y el desenfado con que se han tomado decisiones que afectan  gravemente, y sobre todo afectarán, a la sociedad española, y que difícilmente van a tener vuelta atrás.

No se sabe qué es peor, si la desintegración del Estado con la incapacidad de dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos o la animadversión, desconfianza y enfrentamientos entre regiones que están abriendo brechas muy difíciles de superar. Con todo, lo más indignante es que nos hemos adentrado en este proceso de manera gratuita, sin necesidad política alguna y sin que existiese una verdadera demanda social, aunque bien es verdad que por la torpeza de los gobernantes y por los intereses de las elites periféricas se está creando de manera artificial y por contraposición a las de otras regiones.  

Ante estos comportamientos caóticos, resulta difícil no sentir intranquilidad respecto del proceso que se viene siguiendo en el País Vasco y acerca de las negociaciones con ETA. Es el desasosiego fruto de la desconfianza, del desconcierto, de la ambigüedad y del doble lenguaje. Se afirma que no se va a pagar precio político, pero a continuación se acepta la creación de la “mesa de partidos”, cuyo único objetivo puede ser el de pagar un precio político. Se proclama la vigencia presente y futura de la Ley de Partidos, pero ello no es óbice para que se declare que Batasuna puede presentarse a las elecciones municipales con solo cambiar de nombre. Nunca he sido demasiado partidario de esa ley, linda peligrosamente con la conculcación de derechos fundamentales, pero cómo olvidar que fue precisamente el PSOE de Zapatero el que la suscribió, y que, sin duda, el primer objetivo de Batasuna en la negociación es poder presentarse a las elecciones el próximo mes de marzo. La yenka en política es mala táctica.

La frivolidad alcanza su cenit cuando se consiente, más bien se propicia, internacionalizar el  problema. Ha sido siempre uno de los grandes objetivos de ETA y de Batasuna trasladar “el conflicto”, como ellos dicen, a la escala internacional. Es un grave error, en primer lugar, porque pude parecer que se acepta plantear la cuestión en los términos de ETA, no como un problema político interno de un Estado, el de España, sino como un conflicto entre naciones, el País Vasco, España y Francia, en el que tienen que hacer de mediadores otras naciones. En segundo lugar, porque existe la constatación de que la interferencia de terceros países en los problemas internos de los Estados, sólo ha servido para agravar los problemas.

Lo extraño es que todos estos despropósitos no se hayan traducido en un mayor desgaste electoral del Gobierno. Para explicarlo hay que recurrir a la sociedad mediática. Las cosas no llegan o llegan deformadas a la opinión pública. Pero, sobre todo, la causa se encuentra en el comportamiento reaccionario de la oposición. Como me comento un amigo hace tiempo, el PP pierde con los obispos y con el 11M los votos que gana con el estatuto. Basta oír a la COPE por la mañana para que a muchos ciudadanos se les quiten las ganas de votar al PP.