Salvar a la banca

El vicepresidente segundo y ministro de Economía y Hacienda ha manifestado que habrá dinero público para salvar a la banca. No creo yo que haya que proteger a las entidades financieras, y mucho menos a sus ejecutivos. Si hay que defender a alguien es a los depositantes y a las empresas viables. En esta crisis, se comenzó ponderando la buena salud de nuestros bancos y la muy eficaz labor del controlador, el Banco de España,  y se esta terminado -aunque el final está aún muy lejos- por afirmar que con toda posibilidad será preciso sanear bastantes entidades financieras.

 

       Como he escrito alguna que otra vez, en todo esto existe una trampa. Es verdad que nuestros bancos no se han contaminado de la basura financiera que provenía de EEUU. Razón: que acudían a los mercados financieros no para comprar activos, sino para endeudarse. Sin embargo, ese endeudamiento exterior correspondía a una contrapartida interior, créditos a las empresas y a las familias concedidos en muchas ocasiones con demasiada alegría y en la mayoría de los casos sobre supuestos falsos, la creencia de que la euforia económica iba a durar siempre y que la revaloración continua de los activos se iba a mantener.

 

       Según aumenta la crisis, el riesgo de insolvencia también se incrementa. Quiebra de promotores, dificultades de las empresas, paro en las familias, la propia conducta de la banca restringiendo el crédito, todo ello colabora de forma activa a incrementar la cartera de insolventes y a poner en dificultades sus propios balances. No es extraño, por ello, que de forma progresiva vayan emergiendo instituciones financieras en dificultades y necesitadas de recapitalización. La cuestión que se plantea es qué hacer al respecto y cuál debe ser la respuesta adecuada del Gobierno.

 

       Las actuaciones instrumentadas hasta ahora no parecen las más apropiadas. En todo caso, sólo han podido solucionar puntual y temporalmente el problema de la liquidez de algunas entidades financieras, pero en ningún caso el de la posible insolvencia. Lo que no sería justo, ni siquiera eficaz, es que la concesión de dinero público fuera gratuita. Por eso, no vale la fórmula de crear un banco malo, ni la de endosar al Fondo de Garantía de Depósitos los activos tóxicos. No se puede repetir la estafa que para todos los españoles representó las recetas aplicadas en la crisis bancaria pasada, en la que con recursos públicos se sanearon los bancos en dificultades para devolverlos a continuación al sector privado. Los contribuyentes pagan y los de siempre salen más ricos de la crisis.

 

       La operación diseñada para Unicaja y Caja de Castilla-La Mancha deja mucho que desear y plantea la sospecha de que el procedimiento que se va a seguir en el futuro va a ir en la mala dirección. La fusión entre ambas cajas es tan sólo una cortina de humo para ocultar la verdadera naturaleza de la operación, enchufar dinero del Fondo de Garantía de Depósitos. Solbes afirma que son recursos privados. Según y cómo. Es verdad que este fondo está dotado por las aportaciones de las distintas entidades financieras, pero en realidad constituye un seguro costeado por los clientes vía precio a cambio de asegurarles sus depósitos. Su cuantía es limitada -en la actualidad 7.200 millones de euros. La utilización de esos recursos para salvar a entidades financieras que no lo merecen y tapar las vergüenzas de sus gestores puede poner en peligro la garantía futura de otros depositantes o forzar al Estado a que aporte dinero. El vicepresidente económico parece contemplar ya esta última posibilidad.

 

       Paul Krugman, en el suplemento económico Negocios de El País, del pasado 8 de marzo, criticaba el plan de salvamento de las entidades financieras proyectado por la administración Obama en términos parecidos, y acababa el artículo afirmando que temía que los representantes gubernamentales no quisieran afrontar los hechos y que siguieran considerando impensable una nacionalización aunque fuese temporal.

La inercia ideológica es tan fuerte, los intereses económicos tan poderosos y el pensamiento neoliberal tan enraizado, que tanto en EEUU como en España nos negamos a asumir que la solución adecuada vendrá por la nacionalización de aquellas entidades financieras zombis o que sean inviables sin ayudas públicas. En el caso de España, habría que hablar de estatalización puesto que las cajas de ahorro tendrían que pasar a poder del Estado, librándolas de la tutela de las Comunidades Autónomas y de los gestores nombrados por el politiqueo provinciano autonómico. Solbes afirma que las cajas de ahorro son entidades privadas. Pues bien, si son insolventes, nacionalicémoslas, pero, eso sí, para dotarlas de todos los controles que tienen las entidades públicas.