El actual movimiento cantonalista

El grito de “viva Cartagena” ha quedado como sinónimo de desorden, de anarquía, de desgobierno. En la actualidad, podría traducirse también por un “viva Cataluña”. El “viva Cartagena” es expresión del atávico individualismo español, y de la inveterada tendencia centrífuga tan propia de nuestro país. El cantonalismo originó la muerte de la Primera República española.

Son muchos los que, como Galdós, cometieron el error de identificar república y federalismo o, lo que es lo mismo, centralismo y absolutismo. Mariclío, personaje central y representativo de la quinta serie de los Episodios Nacionales, se expresa del siguiente tenor: “La idea federal es hermosa… pero dudo, ¡ay!, que pueda implantarla de una manera positiva y duradera un pueblo que ayer, como quien dice, ha roto el cascarón del absolutismo”. Galdós escribe a posteriori de los acontecimientos históricos. La Primera República ”, “De Cartago a Sagunto”, “Cánovas”, todas estas obras constituyen la parte más triste de su producción literaria, la historia de un desencanto, la confirmación de que el sueño de libertad iniciado en la Gloriosa ha muerto y que el regreso de la reacción es inminente. En estos últimos Episodios Nacionales el escritor canario pierde la objetividad que le ha caracterizado en otras muchas obras y señala como único culpable de la represión y del fracaso de la revolución al absolutismo, pasando por alto la parte de culpa que pudiera corresponder a los múltiples errores cometidos por los federalistas.

En contra de la opinión de los conservadores, el movimiento cantonalista estuvo muy lejos de ser una revolución social. Solo Alcoy y alguna que otra actuación aislada en Andalucía por la influencia anarquista y de la Internacional serían dignas de recibir tal denominación. En el resto, el levantamiento fue originado por una burguesía; como algunos historiadores los han denominado, políticos de café, en realidad mitad políticos, mitad literatos, generalmente provincianos, con una visión utópica de la realidad.

Pi y Margall pasa por ser el padre intelectual del federalismo español. Su pensamiento hunde sus raíces en un anarquismo utópico heredero de Proudhon con tintes individualistas y en el que la democracia debe basarse en pequeñas unidades políticas –cuanto más pequeñas mejor—, que tiene como sumo analogado a la familia. Si tales planteamientos resultaban utópicos y alejados de la realidad a finales del siglo XIX, hasta el punto de producir acontecimientos que ya entonces parecían grotescos y esperpénticos, ¿qué calificativo deberemos otorgar a los que pretenden copiarlos en la actualidad?

En un mundo globalizado cuya mayor amenaza a la libertad parte de corporaciones gigantes que condicionan y determinan en casi todos los aspectos la vida de las personas, la división y el fraccionamiento del poder político tienen por fuerza que generar indefensión en los ciudadanos. Hoy retornamos al cantonalismo. Hay quien quiere resucitar la idea –la llaman autogobierno— de que la democracia está unida a la dimensión del ente político, cuanto más pequeño y pueblerino, mejor. Pero la realidad muestra precisamente lo contrario. La democracia directa resulta imposible desde hace muchísimos años, e incluso los resultados conseguidos cuando se dio en otras etapas históricas serían hoy totalmente insatisfactorios; por lo que, en principio, cabría pensar que la mayor o menor democracia de una sociedad no guarda concordancia con su tamaño; pero, de existir tal correlación, sería inversa, contraria a la manifestada por los cantonalistas. Cuanto más pequeño es el ente político, más vulnerable al poder económico y más susceptible de corrupción. Lo presenciamos diariamente en los Ayuntamientos.

El movimiento cantonalista recibe hoy el nombre de nacionalismo, pero su alcance es mayor. Ha tomado cuerpo también en las oligarquías políticas provincianas, de manera que éstas terminan comportándose como si de partidos nacionalistas se tratase. Los reinos de taifas se han multiplicado por doquier y cada uno actúa a su antojo y en el mayor desorden. Si actualmente no se emite moneda en las Autonomías, como en la Primera República, es porque existe el euro y porque se da la paradoja de que mientras nos proclamamos antiespañoles nos consideramos muy europeos. Pero el sistema fiscal no tiene tanta suerte y contra él se dirigen los principales envites de los cantonalistas actuales.

El País Vasco y Navarra lograron en la Transición –quizás el terrorismo no fuera del todo ajeno- mantener privilegios medievales, generando un reino de taifas fiscal que ha sido puesto en entredicho por la propia Unión Europea , y los cantonalistas catalanes, entre los que se incluye el PSC, pretenden alcanzarlos ahora. Han conseguido con el Estatuto diseñar al margen del resto de Comunidades un sistema de financiación propio, que rompe la redistribución territorial y va a incrementar la desvertebración fiscal, con lo que se potenciará el fraude y resultará imposible toda imposición progresiva.

Se pretende justificar el Estatuto de Cataluña recurriendo a que los populares han aceptado en otros estatutos preceptos similares a los que critican en Cataluña. Hasta el Tribunal Constitucional cae en la trampa y, antes de pronunciarse sobre el recurso del PP, acepta analizar si este partido ha dado por buenos en el Estatuto de Andalucía artículos semejantes a los recurridos en el catalán. Postura incoherente, porque éste será o no constitucional independientemente de lo que ocurra en el de Andalucía y en el de otras Comunidades. Lo más que puede suceder es que estos también sean inconstitucionales.

La bondad o maldad del Estatuto catalán no depende de lo que diga o deje de decir el PP, y mucho menos de lo que esta formación política acepte o no en otras Comunidades. Es más, el mayor peligro del Estatuto catalán radica en que fuerza a otras Comunidades a seguir sus pasos si no quieren quedar en un lugar subalterno y obliga a todas las formaciones políticas a convertirse en cantonalistas en cada una de las Autonomías, salvo que se resignen a quedar marginadas.

La postura a veces demasiado catastrofista de los dirigentes nacionales del PP ha permitido que el Gobierno se instale en el latiguillo de que el Estatuto se ha aprobado y no ha pasado nada. Difícilmente podía pensar nadie que inmediatamente después de la aprobación del Estatuto catalán estallaría la guerra civil, pero eso no quita para que poco a poco vayan a ir surgiendo consecuencias muy perversas incluso para los propios catalanes. La marcha y la evolución de las sociedades, tanto en el aspecto político como en el económico, son lentas. En realidad, ahora empiezan a vislumbrarse los efectos nocivos del Estado de las Autonomías y de la ley electoral establecidos en la Transición.

Hoy por hoy, el Estatuto de Cataluña está por desarrollar e incluso pendiente de fallo de los distintos recursos en el Tribunal Constitucional, pero los cantonalistas catalanes no están dispuestos a esperar demasiado. Que nadie se engañe: poco a poco irán poniendo en marcha lo que el Estatuto establece y también lo que no establece. Las múltiples ocasiones de chantaje que sin duda alguna se producirán frente al Gobierno central, sea éste del signo que sea, garantizan que todos los horrores del Estatuto, incluso los que aparecen como meras posibilidades, terminarán llevándose a cabo.

En estos días, el Parlamento catalán ha aprobado una ley por la que se crea la agencia tributaria de esa comunidad y que se prefigura como la competente para gestionar y recaudar todos los impuestos vigentes en Cataluña, sean estatales o autonómicos. La secretaria de Política Autonómica e Institucional del PSOE aplaude y tacha de anticatalanes a los que critican la medida. Tal juicio es, sin duda, propio de quien por aplaudir ha pasado de secretaria, secretaria, a secretaria de secretaría. Hermosín siempre ha aplaudido a los que estaban en el poder. Primero aplaudió a Guerra, después a Txiqui; más tarde a González, posteriormente a Chaves y, por último, a Zapatero. ¿Por último? No creo.