Los precios en el 2005

El índice de precios al consumo ha cerrado el año con un incremento del 3,7%, cifra que parece dejar muy tranquilo al secretario de Estado de Economía, quien no considera preocupante la evolución de la inflación y atribuye al encarecimiento del petróleo la desviación de precios del 2005.

El secretario de Estado podría tener razón si se considerase tan sólo el valor absoluto de la inflación. Una tasa del 3,7% no es desde luego alarmante, pero la cosa cambia si hay que compararla con la de otros países, lo que resulta obligado desde el momento en que pertenecemos a la Unión Monetaria. Desde el instante en que el tipo de cambio permanece fijo y las devaluaciones no son posibles, el diferencial de inflación con otros países que tienen la misma moneda es lo que realmente importa, ya que un diferencial positivo que se va acumulando año tras año hace perder competitividad e influye negativamente en el saldo exterior y, por ende, en el crecimiento.

La elevación del precio del petróleo puede explicar y servir de excusa para una elevada cifra de inflación, pero difícilmente puede justificar que nuestros precios se hayan incrementado más que los de otros países tan deficitarios en carburantes como el nuestro.

Durante 2005, el IPC español ha crecido un punto y medio más que la media de la Unión Europea. En realidad, esta situación se ha hecho crónica. Desde que se incorporó al euro, nuestro país ha venido manteniendo una tasa de inflación superior a la media del resto de países de la Unión Monetaria , lo que ha tenido que influir en el enorme déficit que presenta la balanza comercial española.

Si tuviésemos que graduar los motivos de preocupación de la coyuntura económica, no cabe duda de que lo anteriormente expuesto ocuparía un puesto de honor, por lo que se entiende mal la tranquilidad con que el Gobierno acoge la noticia. Tampoco se entiende que el señor Arias Cañete, a la hora de juzgar la tasa de inflación y de enumerar sus consecuencias negativas, se centre fundamentalmente en el impacto sobre el empresariado y en las cláusulas de revisión salarial. El portavoz del Partido Popular no es demasiado original, ya que en el mismo error caen la mayoría de los diarios y de los medios de comunicación. Todos ellos se lamentan del mayor coste que para las empresas tiene la desviación en la inflación anual. Más de 2.000 millones de euros según algunos. Olvidan que si ahora tienen que desembolsar esta cantidad es porque antes la han recaudado mediante una elevación mayor de los precios.

Las cláusulas de revisión salarial lo único que persiguen es mantener la neutralidad de las remuneraciones de los trabajadores en el reparto de la renta. La inflación, en primera instancia, representa un mayor ingreso monetario para los empresarios y para el Estado, y sólo posteriormente se compensa en parte a los otros agentes, asalariados y pensionistas, mediante las cláusulas de revisión salarial y de actualización de las pensiones. La compensación no es completa pues dicha cláusula no afecta a todos los convenios –parece ser que únicamente a tres cuartas partes– y tampoco a los funcionarios.

Este aspecto de que los precios los fijan las empresas y que por tanto son ellas las máximas responsables de esas subidas se olvida con demasiada frecuencia. No obstante, carece de sentido el llamamiento a su ecuanimidad y rectitud. La conducta de las empresas está marcada por el lucro y el beneficio. Son las Administraciones Públicas las que tienen que crear las condiciones para que las posturas abusivas no puedan darse en los mercados. La desregulación de éstos y las privatizaciones, lejos de generar competencia, los han abandonado a la vorágine y a la rapiña. Sectores como el del gas, la electricidad, los carburantes, las comunicaciones, etcétera, funcionan como oligopolios. La subida abusiva de precios parece entonces la lógica consecuencia.