Se busca enemigo

Un espectro recorre América, el fantasma de la venganza. Millones de norteamericanos, debatiéndose entre la incredulidad y el dolor, yerguen banderas patrióticas y exigen represalias. «Esta es una nación pacífica, pero terrible cuando se la agita hasta la ira», clamó Bush. Bush ha declarado el estado de guerra, una cruzada, el bien contra el mal, Dios salve América. «Todas las guerras son santas» -afirma Anouilh- «¿Qué beligerante no cree tener el cielo de su parte?». La situación, sin embargo, es bastante paradójica: una guerra sin enemigo reconocido. Se ha descubierto, sí, a los ejecutores directos de la matanza, pero poco se les puede ya castigar cuando, en su fanatismo, han sido los primeros en autoinmolarse.

Se necesita con urgencia encontrar uno o más contrincantes hacia los que orientar nuestra cólera. Aquellos países que hayan cobijado, albergado, dado refugio o ayuda a los terroristas. Pero, según se van conociendo datos, van surgiendo también las contradicciones, porque EEUU tendría que dirigir las acciones represivas sobre sí mismo y sobre sus aliados. Resulta que algunos terroristas tenían su residencia en Florida, Nueva Jersey y Boston. Allí, en Miami, habían sido entrenados como pilotos. Otros residían en Roma y en diversas ciudades de Alemania, Francia o Bélgica. Alguno hasta parece que estudió ingeniería aeronáutica en Hamburgo. Si algo está claro es el tremendo fracaso de los servicios secretos norteamericanos, avezados en organizar múltiples golpes de estado en el exterior, pero incapaces de descubrir las conspiraciones y atentados internos.

Según vayan transcurriendo los días, el dolor y la tristeza irán progresivamente dejando paso al sentimiento de humillación y a la exigencia de responsabilidades. Es perentorio, por tanto, hallar enemigos que exhibir ante los ciudadanos. Pobres de aquellos árabes que tengan la mala suerte de ser detenidos en un aeropuerto sin disponer de la documentación en regla y con una navaja en el bolsillo. Pobres de los afganos que, tras sufrir el fanatismo, la intolerancia y los excesos de los talibán, van a ser objeto de las represalias norteamericanas. «Esta guerra la vamos a ganar», aseguró Bush. Tal vez debería recordar la admonición de su compatriota Jeannette Rankin: «No se puede ganar una guerra, como tampoco se puede ganar un terremoto».