Amigo Bush

Supongo que todos los que tenemos la suerte de poder verter nuestras opiniones en la prensa de papel o virtual recibimos, en mayor o menor cantidad, correos electrónicos comentando o realizando observaciones sobre lo escrito. En mi caso, no me suelo referir a ellos. En esta ocasión, haré una excepción y contestaré a los que me reprochaban olvidarme en el artículo de la semana pasada de Sadam Hussein y no pregonar lo malo, lo malísimo que es.

El tema está bastante manido. A quien criticaba la ofensiva contra Irak, los bombardeos contra Sarajevo o la masacre de Afganistán se le convertía inmediatamente en partidario de Sadam Hussein, de Milosevic o de Bin Laden. Sólo desde el sectarismo más absoluto o desde el raquitismo mental se puede sostener tal sofisma. Se puede y se debe condenar los crímenes de Sadam Hussein, y al mismo tiempo reprobar el genocidio que Bush y las tropas americanas están llevando a cabo en Irak. Ahí tenemos bien reciente la carnicería de Faluya. Conviene recordar además los orígenes. ¿Acaso Sadam Hussein no fue en cierta forma una creación de EEUU, no se le armó y se le utilizó en contra de Irán, y no se ayudó a los talibanes para tener entretenida a Rusia?

El derrocamiento de Sadam Hussein jamás puede justificar las atrocidades que se vienen cometiendo en Irak. Entre otras razones porque la democracia no puede imponerse a los países a cañonazos o con mísiles. El desarrollo político y social de los pueblos no es homogéneo, pero cuando los ilustrados Estados occidentales hemos intervenido en otros países o territorios más atrasados para llevarles la civilización o la cultura casi siempre ha empeorado la situación. Con el pretexto de infundir el Evangelio, los españoles en América destruimos y esclavizamos; con la excusa de implantar la democracia, Bush y los americanos bombardean, matan y torturan. Al ver el ejemplo de Irak no es de extrañar que sean muchas las naciones que prorrumpan en un grito: ¡No nos salven, por favor, déjennos con nuestra pobreza, nuestras miserias y nuestros sátrapas!

Algo parecido ocurre con la amistad. A raíz del triunfo electoral de Bush, ha surgido en nuestro país un debate ficticio a cerca de si llama o no llama, si recibe o no recibe, a quién llama y a quién recibe. Algunos consideran una auténtica desgracia para España que Bush no distinga con su afecto a nuestro presidente del Gobierno. A mí me preocuparía más bien lo contrario. En primer lugar, por valores y por ética, ahora que se lleva tanto. La catadura moral del mandatario americano no es precisamente como para considerar un timbre de gloria pertenecer al círculo de sus elegidos y dice muy poco de los que se vanaglorian de ello. La real politic obliga sin duda a mantener relaciones con gobernantes de todos los pelajes, pero una cosa es la cortesía diplomática y otra muy distinta, los abrazos y los besos.

En segundo lugar, por puro pragmatismo. Los amores de Bush, cuando los hemos tenido, lo único que nos han creado ha sido problemas, más gastos militares, situarnos en un puesto de preeminencia en la diana del terrorismo islamista y hacernos cómplices de crímenes de guerra, sin que las enormes ventajas –¡oh, Dios, cuántos beneficios!- prometidas por el gobernador de Florida llegasen nunca. Cuando el Imperio colma de honores al mandatario de otro país, puede ser que resulte positivo, para el gobernante, pero casi siempre termina siendo nefasto para el pueblo al que representa.

Las relaciones internacionales no se rigen por amores o afectos, sino por intereses. Los españoles tenemos intereses con respecto a EEUU, pero EEUU posee también múltiples intereses con respecto a España, y en ese toma y daca, tal como afirmó con certeza el nuevo jefe del Estado Mayor –para escándalo de tirios y troyanos– el saldo de la balanza ha sido siempre favorable a los americanos.

Más que ningún otro mandatario norteamericano, Bush ha asumido el concepto de Imperio y de la hegemonía absoluta en el mundo de EEUU. Ha despreciado al resto de las naciones y a la ONU. Pero a pesar de haber ganado las elecciones en el interior de su país, está cosechando las derrotas más estrepitosas en el exterior. En varias ocasiones ha tenido que humillarse y reclamar la ayuda del resto de las naciones. A Bush, en su endiosamiento, no le gusta que le digan que no, pero los hechos le van indicando bien a las claras que por muy fuerte que sea una superpotencia no puede actuar como si las otras naciones no fuesen también soberanas. A España le puede interesar tener con EEUU unas relaciones cordiales, pero no más que a la inversa. La rabieta pasará y, por intereses mutuos, todo volverá a su cauce.  

En cualquier caso, que el señor Bush nos dispense de ser sus amigos, si serlo significa tener que someternos a su voluntad y a sus cruzadas.