Nuestros muertos son diferentes

En esta sociedad en la que vivimos cuanto más se repite una frase, más posibilidades hay de que sea falsa. Todo el mundo, comenzando por los políticos, ha venido proclamando que el tema del terrorismo no debía utilizarse de forma partidista. Y, sin embargo, es evidente que pocas cuestiones se habrán empleado tanto como ésta para obtener rentabilidad electoral. El PP ha sido un artista en la materia y, paradójicamente, ha terminado por sucumbir en su propia trampa.

Se ha afirmado por activa y por pasiva que no había que permitir que el terrorismo pudiera cambiar la marcha de un país. Pero al tiempo que esto se pregonaba, todo el mundo admitía que las responsabilidades políticas diferían radicalmente según fuese ETA o el fundamentalismo islámico el autor del trágico atentado del 11 de marzo. Y es que la realidad es tozuda y no caben voluntarismos. Por mucho que Bush y Aznar se empeñen, no todos los terrorismos son iguales, ni tienen las mismas razones, ni la postura de todos los partidos es idéntica ante ellos.

Era una evidencia que la atribución del atentado a grupos islámicos podía suponer un elevado coste electoral para el PP, razón por la que el Gobierno estaba tan interesado en retrasar lo más posible la información, desviando mientras tanto la atención hacia los etarras y también por eso, desde los aledaños del PSOE, se tenía tanto interés en que el origen del atentado se conociese cuanto antes.

Es posible que el domingo por la noche muchos de los propagandistas del PP se quedasen desconcertados. Después del España va bien, eslógan que al parecer tanto había calado en la sociedad española, una debacle electoral como la sufrida resultaba a todas luces imprevisible. Tanto y de forma tan reiterada habían cantado las excelencias y bondades generadas en España en estos últimos años que habían llegado a creérselo. No podían concebir que para amplios estratos de la población las cosas no iban tan bien como ellos pensaban, incluso en lo que podía aparecer como el mayor triunfo del gobierno, el empleo, ya que las características de muchos de los puestos de trabajo creados los convertían más en una maldición que en un beneficio.

Hay que aceptar, no obstante, que la política social seguramente no hubiese sido suficiente por sí misma para hacerles perder las elecciones, y que el resultado electoral se ha visto afectado por el brutal atentado cometido dos días antes de los comicios. Las encuestas habían arrojado que más del 90% del pueblo español condenaba la guerra de Irak, las manifestaciones en contra de ella y a favor de la paz habían batido récords  de asistencia. Pero el Gobierno y el Partido Popular pensaban, y quizás con razón, que el tema se había desvanecido en la conciencia social y que no iba a tener implicaciones electorales.

Por eso una pregunta inquietante va a quedar sin respuesta: ¿cuál hubiera sido el resultado electoral si la mañana del 11 de Marzo no se hubiese producido en Madrid una tragedia tan monstruosa? Lo que tal interrogante pone en tela de juicio no son los méritos -más bien deméritos- del PP para perder las elecciones, sino la madurez y calado ético de la sociedad española tan alabada por unos y por otros. La duda es hasta qué punto la oposición mayoritaria a la guerra no era puramente teórica y nominal, capaz sólo de hacerse efectiva al ver los muertos en nuestra propia casa. La destrucción de Irak, las miles y miles de víctimas civiles iraquíes, las masacres, las tragedias causadas en otros países con la complicidad de nuestros gobernantes, no eran suficiente motivo para expulsar al PP. Ha sido necesario que la guerra se haga presente en nuestras calles para que la sociedad se movilice de forma efectiva.

Dicen que el pueblo de EEUU comenzó a repudiar la guerra del Vietnam al compás de la llegada de los féretros con soldados americanos a bordo de los aviones. La opinión pública americana se ha ido distanciando de Bush a medida que iban incrementándose las bajas en las fuerzas armadas ocupantes, sin que los anteriores horrores de la guerra hubiesen hecho mella en ella. La cuestión es si el comportamiento de la sociedad española no ha sido bastante parecido. Ya se sabe: no todos los muertos valen lo mismo. Los nuestros son diferentes.