La clase política

La semana pasada todos los medios de comunicación social traían a su portada la percepción negativa que, según el CIS, tienen los españoles de la clase política. La noticia, desde luego, no es nueva; quizá, eso sí, aparece acrecentada ante las graves injusticias que está generando la crisis económica y las medidas posteriormente aplicadas

Ante estas supuestas críticas, no han faltado personajes políticos que, entre ofendidos y escandalizados, y tachando de populistas a izquierdas y derechas, hayan salido a reivindicar la dignidad de la actividad política, la cual nadie ha negado. Una cosa es la actividad política y otra muy distinta cómo la practican los que la ejercen en los actuales momentos. Si alguna idea se encuentra en el origen del movimiento 15-M es la defensa de la democracia, pero también la denuncia de que esta se está pervirtiendo, desvirtuando y vaciando de contenido.

Dicen que la Historia no se repite. Es posible que su trayectoria no se adapte a la figura del círculo; no obstante, a menudo adopta la de una espiral, lo mismo pero a la vez distinto. No se produce el eterno retorno, los acontecimientos nunca son idénticos, pero sí muy parecidos. Marx llegó a proclamar que el Estado (es decir, el poder político) constituía el Consejo de administración de la burguesía. En el fondo, lo único que hizo fue retratar la clase política de su época. La realidad social y económica hoy se está retrotrayendo a situaciones similares a las que se daban en aquella etapa. Desde hace treinta años los derechos de los trabajadores se han venido reduciendo; la protección social, disminuyendo, y los impuestos se hacen más y más regresivos. ¿Es tan extraño que los ciudadanos desconfíen de los políticos?

El Estado democrático social y de derecho que determina la Constitución se fundamenta en que el poder político actúa como contrapeso del poder económico. Esta división de poderes es más fundamental que la de Montesquieu. La democracia se quiebra y se tambalea cuando el poder político y el económico coinciden, se entremezclan y, en consecuencia, resulta difícil el deslinde. Se habla de clase política, pero en realidad lo que parece existir en la actualidad es una única clase dominante, extraña amalgama de poder político, económico-financiero y mediático. Esa élite con intereses similares intercambia los papeles. Son muchos los ex ministros y ex altos cargos del ámbito político que terminan como consejeros de las grandes empresas o en importantes puestos del sector privado muy bien retribuidos.

Sería sumamente interesante realizar un catálogo de las situaciones económicas y profesionales en las que se encuentran los ex ministros, ex secretarios de Estado, ex presidentes de empresas públicas, ex presidentes y consejeros de Comunidades Autónomas, etc. Nos quedaríamos enormemente sorprendidos del grado en que se cumple esta mixtura sean de uno o de otro partido. ¿Tiene algo de raro que los ciudadanos desconfíen de los políticos?

La actividad política se configura como una de las actividades más nobles, cuando los que la ejercen se mueven por el bien general y les supone la mayoría de las veces sacrificios y renuncias, pero comienza a pervertirse cuando, como en los momentos presentes, se transforma en plataforma para que medren los que en ella participan, alcanzando puestos que jamás hubieran ocupado en la vida civil. ¿Puede resultar sorprendente que la sociedad no se fíe de los políticos?

Cuando el Gobierno y la mayoría de los partidos asumen las tesis de los grandes conglomerados financieros, se hace repercutir el coste de la crisis sobre las clases bajas, mientras se respetan los derechos y las prebendas de las altas; cuando se niegan a gravar fiscalmente a los ricos, ¿cómo extrañarnos de que los ciudadanos vean con recelo a los políticos y los consideren el Consejo de administración de los poderes económicos y financieros?