Los nuevos mecenas

El último Consejo de Ministros -primero para algunos de los participantes- aprobó la Ley de Fundaciones y la del Mecenazgo. Todo se reduce a mayores exenciones fiscales. Y es que, cosa curiosa, en pleno liberalismo económico los bancos y las grandes empresas se pelean por ver quiénes ocupan los primeros puestos en patrocinar obras culturales y sociales. Todos desean ser mecenas.

Ante tamaño interés se disparan las alarmas y surge la desconfianza. Uno pensaba, desde Adam Smith, que las empresas tenían como objetivo obtener beneficios; pues mire usted por dónde, no. Ahora parece que la finalidad de las entidades financieras es celebrar conciertos, financiar universidades de verano, patrocinar exposiciones, publicar libros y organizar congresos y conferencias. Resulta difícil imaginar a las empresas preocupadas por las actividades sociales y subvencionando a los depauperados. Las empresas privadas, las públicas son otra cuestión, están para ganar dinero. Es su esencia, su naturaleza, y de ahí que haya que escamarse cuando se disfrazan de benefactores y mecenas. Hay que preguntarse ¿qué es lo que pretenden?, ¿cuáles son sus intenciones?

El ministro de Hacienda afirmó que “con la Ley de Mecenazgo se quieren canalizar los resultados del crecimiento económico español de los últimos años para completar la acción de los Presupuestos Generales del Estado”. Sistema exótico. La forma normal y habitual en todos los países, por lo menos hasta ahora, de redistribuir la riqueza y el crecimiento es gravar con impuestos las rentas, especialmente las de las empresas, para nutrir los presupuestos, de modo que los organismos públicos realicen actividades sociales y culturales. Pero, por lo visto, queremos dar la vuelta a la tortilla, inventar un nuevo método, el de vaciar los presupuestos del Estado mediante exenciones fiscales con el fin de dotar de recursos a los dueños del dinero, para que hagan sus caridades y creen su cultura.

La cultura no es neutral, y cuando se pretende privatizarla y abandonarla en manos de las empresas y de los que tienen medios para crear fundaciones, se genera una atmósfera viciada en la que sólo una ideología es posible, pensamiento único. Los mecenazgos sirven también para mayor gloria de los ejecutivos de las grandes empresas, para ampliar su poder social. Y, lo que aún es peor, las fundaciones pueden utilizarse de vehículo para financiar de forma espuria a los partidos, condicionando su política cuando estén en el gobierno. Además, se propicia que todo esto se realice con recursos públicos a través de exenciones y deducciones fiscales. Es bien sabido que las fundaciones han sido uno de los mecanismos preferidos para la elusión fiscal.

Los mecenazgos son fundamentalmente cosas del pasado, útiles cuando no existía un Estado social y democrático que es al que compete en una sociedad moderna realizar tales tareas y garantizar al mismo tiempo que éstas se realizan con objetividad y neutralidad. Pero el neoliberalismo económico ambiciona retornar al pasado en todos los campos. También en éste. El nuevo truco es la invocación de la sociedad civil. Pero a lo que se llama sociedad civil es en realidad sociedad mercantil, monetaria, financiera; una vez más, el poder en manos del dinero, aunque antes al menos parte de ese dinero haya salido del propio Estado.