Del País Vasco a Palestina

Mientras aquí seguimos asimilando el resultado de las elecciones vascas, la ultraderecha representada por Berlusconi gana los comicios italianos y el ejército israelí masacra con total impunidad a los palestinos.

Por cierto, no entiendo la sorpresa que se ha adueñado de políticos y comentaristas con respecto a las elecciones del domingo. ¿Creían en serio que los resultados podrían haber sido muy distintos? La configuración política del País Vasco constituye casi una foto fija. La única modificación significativa producida en estas elecciones con respecto a las anteriores es el trasvase de escaños de HB al Partido Nacionalista Vasco, explicado en gran medida por el voto útil ante la ofensiva antinacionalista, y porque HB en las elecciones pasadas, con motivo de la tregua, recibió un número importante de votos prestados.

Lo único asombroso, y al mismo tiempo preocupante, es el voluntarismo que muestran nuestros políticos y el desprecio con el que actúan ante los límites que impone la realidad. Si la situación en Euskadi se agrava día a día es porque cada una de las dos partes en que se divide la sociedad vasca pretende comportarse como si la otra parte no existiese, conformando la estructura política a su antojo.

Pero abandonemos el tema vasco y digamos algo del pueblo palestino, ya que ayer se cumplieron 53 años de la proclamación unilateral del Estado de Israel, conmemoración a la que denominan Al Naqba (el gran desastre). Pocas historias como la de Palestina mostrarán de forma tan perfecta el cinismo de los países occidentales.

En el manifiesto que se leerá el próximo domingo día 20 en la manifestación propalestina que se celebrará en Madrid se cita la siguiente frase de Haider Abdel Shafi: "Si no hubiera ocurrido realmente, habría sido difícil para cualquiera creer que todo un pueblo pueda ser aterrorizado y arrojado de su tierra para ser reemplazado por otra población, desatendiendo a las fuerzas democráticas, los convenios internacionales y las decisiones de Naciones Unidas".

Desde su origen, el Estado de Israel se ha cimentado sobre una gran injusticia. Las potencias occidentales, especialmente Gran Bretaña y Estados Unidos, premian las ayudas recibidas del sionismo internacional concediéndoles unos territorios que no son suyos, sino del pueblo palestino, que, a su vez, se ve despojado de casas y tierras para ser recluido en campos de refugiados.

El Estado de Israel se construyó sobre el terrorismo y sobre el desprecio más absoluto a las convenciones internacionales y a los dictados de las Naciones Unidas. Y ha continuado, con el beneplácito de Estados Unidos, incumpliendo dichos dictámenes a lo largo de toda su historia. Cincuenta y tres años de guerras abiertas y de matanzas que han provocado que más de 700 pueblos y aldeas palestinos hayan sido borrados del mapa, que más de 40 millones de refugiados sobrevivan en campamentos sin los derechos más elementales y que miles de presos palestinos permanezcan secuestrados y torturados en cárceles israelíes.

En los seis meses transcurridos de la nueva Intifada –surgida con la visita provocadora de Ariel Sharon a la explanada de las mezquitas– se contabilizan ya más de 600 muertos y 139 niños asesinados. Misiles contra piedras. Un Estado que, ante determinadas acciones terroristas, utiliza su enorme poder militar, facilitado por EEUU, bombardeando poblaciones y territorio. Resulta incomprensible que nuestro ministro de Asuntos Exteriores haya llegado a comparar esta situación con la del País Vasco. Las condiciones del pueblo palestino nada tienen que ver con las de los ciudadanos vascos y, que yo sepa, el Estado español no bombardea Euskadi cada vez que se produce un atentado de ETA.

La llegada al poder de Ariel Sharon y de George Bush es presagio de los peores augurios. De hecho, el lunes pasado los ataques militares a Gaza no pudieron disfrazarse ya de acciones de represalia y el asesinato por un comando de mistaarabim de cinco policías palestinos pertenecientes a las fuerzas de Ismais, que han sido los únicos que se han quedado al margen del conflicto, nos indica hasta qué punto el ejército israelí dispone de licencia para matar.

Palestina es el símbolo más evidente de la falsedad que envuelve la política internacional de Estados Unidos y las llamadas actuaciones humanitarias de la OTAN. Muestra las dos varas de medir que se utilizan en los conflictos internacionales. Mientras se bombardea Yugoslavia, se adopta una total pasividad –cuando no complicidad– con Israel. El nuevo orden internacional es tan sólo el haz de intereses estratégicos de Estados Unidos.