Frivolidades fiscales

¿Podríamos imaginar lo que ocurriría si en las tertulias y demás tribunas públicas y mediáticas todo el mundo hablase de medicina o infraestructuras, ofreciendo dictámenes y soluciones a su criterio arbitrario y, lo que es peor, si médicos e ingenieros, ante la presión mediática, les hiciesen caso? ¿Y qué ocurriría si además los comentaristas y sugerentes poseyesen importantes intereses en las decisiones a adoptar?

Pues bien, esto es lo que sucede con la economía. Escuchar la radio, leer los periódicos o presenciar los discursos de los políticos, le llenan a uno de asombro y perplejidad. Sorprende sobre todo el descaro y la frivolidad con que se abordan los temas y se da por supuesto lo que, como mucho, puede ser mera hipótesis.

En las confrontaciones (que ya tienen mucho de electorales) de estos días acerca de la presunta crisis económica se ha repetido que España está en mejores condiciones que el resto de los países europeos para afrontar las dificultades. Como única argumentación se aduce el buen estado de nuestras finanzas públicas y del fondo de reserva de la Seguridad Social. Lo primero que llama la atención es que se consideren ambas realidades como independientes cuando en realidad la segunda es parte de la primera. Pero sobre todo resulta sorprendente que se ignoren otros puntos débiles de nuestra economía que nos colocan en una situación más delicada que la de la mayoría de los países: la escasa productividad, la diferencia de inflación con la eurozona, el exiguo nivel de nuestras exportaciones y, principalmente, el fuerte endeudamiento de las familias que compensa con creces el equilibrio presupuestario, tal como muestra nuestro déficit exterior, el más alto en términos relativos de toda la OCDE. Alguien ha dicho con agudeza que somos un país rico de familias pobres.

Por otra parte, hay que situar en sus justos términos el supuesto saneamiento de las cuentas públicas. Su origen debe buscarse en gran parte en la evolución de los ingresos públicos que, al tener una elasticidad superior a la unidad,  crecen fuertemente en las épocas de auge económico; pero, por la misma razón, se reducen también considerablemente en épocas de bajo crecimiento como la que se avecina. Además, el bajo nivel de los gastos públicos, en especial de los sociales, comparado con el de los otros países europeos y su descentralización en las Comunidades Autónomas no dan mucho margen para utilizar esta variable en caso de emergencia, de cara a solucionar las posibles dificultades de las cuentas públicas.

A su vez, mediante reformas fiscales sucesivas se ha reducido el potencial recaudatorio de nuestro sistema tributario. El PP en varias ocasiones e incluso últimamente el PSOE han acometido rebajas impositivas que han favorecido principalmente a las rentas altas. A fuerza de repetirlo, se ha extendido en la opinión pública -o al menos en la opinión publicada- la teoría peregrina de que las reformas fiscales no tienen coste alguno ya que incrementan la actividad y con ella la recaudación, compensándose así la reducción de ingresos originada por la reforma. Tal hipótesis, aparte de contradecir todos los razonamientos económicos, se demostró falsa ya en tiempos de Reagan, precursor de las frivolidades fiscales que ahora se mantienen. En épocas de fuerte actividad, como de la que venimos, al ser cuantiosa la recaudación  los recortes resultantes de las reformas pueden encubrirse, pero, dado que éstas se consolidan en el futuro, en momentos de crisis aparecerá la merma en el potencial recaudatorio de los impuestos.

Puesto que vivimos en un carrusel de frivolidades, ante las elecciones los partidos políticos no dejan de hacer promesas sin el menor análisis ni cálculo previo de las consecuencias que comportarían. Se propone la eliminación del Impuesto de Patrimonio y del de Sucesiones, El líder del Partido Popular anuncia su propósito de realizar una nueva rebaja en el IRPF y de reducir seis puntos el Impuesto de Sociedades. Es cierto que el Impuesto de Sociedades en unos pocos años ha incrementado alrededor de nueve puntos su participación en la recaudación total. Ahora bien, ello es solo indicativo, primero, de la pérdida de participación del IRPF consecuencia de las sucesivas modificaciones en esta figura tributaria; segundo, del aumento de la desigualdad en la distribución de la renta, con enormes beneficios de las grandes empresas.

Quizás un buen ejemplo de esa frivolidad que inunda hoy el discurso económico y fiscal lo constituya el artículo escrito en El Mundo el domingo 29 de diciembre por Miguel Sebastián, hasta hace poco y no sé si todavía, valido en la sombra en materia económica del presidente del Gobierno. En él muestra una opinión desfavorable a la desgravación fiscal de los fondos de pensiones, lo que es de agradecer, poniendo en claro cómo este gasto fiscal se concentra en gran medida en el último decil de contribuyentes, el de mayores ingresos. Señala, con razón, que los recursos dedicados a este menester podrían tener otra aplicación. Pero he aquí que al señor Sebastián no le gusta que le tengan por demagogo y por ello a la hora de proponer una aplicación alternativa la única que se le ocurre es rebajar el tipo máximo del IRPF del 43 al 37%.

Afirma, en primer lugar, que aumentaría la eficacia, el mismo tópico de siempre. Es curioso que la reducción de los impuestos a los ricos, siempre se traduzca en una mayor eficacia de la economía. Y , en segundo lugar, con bonitos circunloquios y de manera alambicada nos intenta convencer de que mejoraría la equidad. Claro que el señor Sebastián olvida un pequeño detalle, que las desgravaciones de las aportaciones a fondos de pensiones, por muy mala opinión que se tenga de las mismas, y yo la tengo, no representan una exención total, ya que deberán tributar en el momento del rescate; mientras que la reducción del tipo marginal que propone sería lisa y llanamente regalarles ese dinero a los contribuyentes de mayores ingresos. Que el señor Sebastián no tenga cuidado, que nadie le va a tomar por demagogo, eso sí, quizás le puedan acusar de afrontar los temas económicos y fiscales con un poco de frivolidad, lo que no debería ocurrir en alguien que ocupa cargos tan relevantes. Bien es verdad que en materia económica y fiscal parece ser que las frivolidades, sean de derechas o de izquierdas, siempre se inclinan para el mismo lado. Quizás es que ya no existen las izquierdas.