Oigo, pero no escucho

"Oigo, pero no escucho". Con esta arrogancia, casi desafiante, se expresaba el jueves pasado Duisenberg en rueda de prensa tras la decisión del Banco Central Europeo de no reducir los tipos de interés. Reafirmaba así su amada independencia. Duisenberg se preocupa más por aparecer como independiente que por la marcha de la economía. Ya dio muestra de ello en su pugna con Oscar Lafontaine. Prescindiendo de lo que convenía, mantuvo el precio del dinero hasta que el ministro de Finanzas alemán dimitió. Pero ¿se puede ser autónomo e independiente al tomar decisiones que afectan a millones de ciudadanos?

El Tratado de Maastricht ha creado un monstruo: el BCE. El artículo 107 establece que no podrá recibir instrucciones de las instituciones u organismos comunitarios ni de los gobiernos de los Estados miembros ni de ningún otro órgano. Responde sólo ante Dios y ante la historia. Se ha copiado el Bundesbank. Paradójicamente, el modelo excepcional que los vencedores impusieron al vencido para impedir que se repitiese la locura del Tercer Reich ha pasado a ser el arquetipo de la Unión Europea. Se ha alumbrado una nueva dictadura, la de la tecnocracia.

Oigo pero no escucho. El BCE ni ve ni oye ni entiende de otra cosa que no sea la estabilidad de precios. Otra aberración del Tratado de Maastricht: ignorar, o querer ignorar, las implicaciones que la política monetaria tiene sobre la actividad y el empleo. ¿Cómo es posible construir compartimentos estancos en la economía? Hasta el Banco de la Reserva Federal de los Estados Unidos tiene entre sus objetivos el crecimiento económico. Aquellos que tan empeñados están en copiar la economía americana deberían fijarse más en las diferencias de política monetaria.

Duisenberg afirma que no corresponde al BCE incentivar el crecimiento económico, sino a los gobiernos y a los agentes sociales. Por eso, a pesar de que todos los organismos prevén para la zona euro una desaceleración de la economía, el BCE se inquieta únicamente porque la inflación excede en seis décimas ese 2% de carácter mítico. Seis décimas, cuantía casi identificable con cualquier error estadístico. Y ¿por qué extraños designios el 2 y no el 3 por 100? Del crecimiento deben ocuparse los agentes sociales, es decir los trabajadores, moderando sus pretensiones saláriales o, lo que es lo mismo, perdiendo poder adquisitivo. Todo conduce a lo mismo.