Ha estallado la paz

No era, desde luego, la victoria que esperaban. Resulta difícil saber si ha sido la ingenuidad o un exceso de prepotencia, o la mezcla de ambas lo que hizo creer a los halcones de Washington que el pueblo iraquí los acogería con vítores y palmas, como libertadores. Por mucho que pretendan ocultarlo e incluso engañarse a sí mismos, no pueden por menos que aceptar que han sido recibidos como lo que son, invasores y fuerzas de ocupación.  

Lo más que han conseguido es la imagen, en el centro de Bagdad, de dos o tres centenares de iraquíes pretendiendo, llenos de furor, derribar la estatua del dictador, pero que reaccionaron también con ira cuando un marine la cubrió con la bandera americana; y es que si es mucho el odio acumulado en una gran parte del pueblo iraquí contra Sadam, mayor debe ser y más generalizado el que sienten por una potencia extranjera que ha destruido por dos veces su país, que ha matado o herido a sus familiares, que les ha condenado durante doce años a la miseria y al hambre en un bloqueo despiadado, y que viene a quitarles su riqueza: el petróleo.

La historia la escriben los vencedores y no hay duda de que los estados invasores utilizarán todos los medios a su alcance, que son muchos, para falsear la realidad y presentarla de acuerdo con sus intereses. No obstante lo van a tener difícil, por que si las tres semanas de guerra han escandalizado al mundo por el desprecio que la coalición angloamericana ha demostrado por la legalidad y por los derechos más elementales de la humanidad, los escasos días transcurridos de esta etapa de posguerra están asombrando a todos por el poco valor que conceden a la vida y a la propiedad de la población.

Tras haber devastado y destruido el país, la despreocupación mostrada por las fuerzas invasoras a la hora de garantizar el orden y asegurar los suministros básicos de la población -incluso los artículos sanitarios tan necesarios cuando existen miles de heridos-, es bien sintomática de la mentalidad que ha presidido esta contienda.

La anarquía y el caos reinan en todo el territorio de Irak. Los muertos sin enterrar salpican las cunetas. Los núcleos de población son ciudades sin ley en las que el pillaje, el bandolerismo, la rapiña, se han extendido por doquier, afectando incluso a los propios hospitales. En éstos se carece de lo más elemental, y los enfermos mueren por falta de asistencia. El saqueo se extiende también a tesoros arqueológicos y a piezas de arte de inestimable valor. Y todo ello ante la pasividad y despreocupación de las fuerzas invasoras.

Esta incapacidad o falta de voluntad en organizar la convivencia ciudadana y en establecer los suministros básicos, contrasta con la planificación y previsión, -incluso antes de iniciarse la contienda-, en salvaguardar y reconstruir los pozos petrolíferos. Que los motivos de esta guerra eran exclusivamente económicos ha estado siempre bastante claro. A nadie le ha podido extrañar que las terribles armas de destrucción masiva no hayan aparecido. Pero lo que sí sorprende y además indigna hasta la nausea, es la abulia e indolencia con que las fuerzas estadounidenses contemplan el caos en que se desenvuelve Irak, como si una vez garantizado el petróleo y las vidas de los americanos todo lo demás no fuese de su incumbencia.

Es el mismo lavarse las manos que la administración Bush adopta a la hora de considerar la financiación de la reconstrucción. Por una parte, quieren controlar políticamente Irak y el futuro gobierno, -que es lo mismo que controlar sus riquezas petrolíferas- pero por otra pretenden que sean los organismos internacionales y los otros países los que asuman el coste. Una vez más, dan muestra del desprecio por la legalidad cuando presionan a las autoridades del Banco Mundial y a las del Fondo Monetario para que inicien, saltándose todos los procedimientos y requisitos, la reconstrucción.

Al final, la reconstrucción la pagarán los propios iraquíes con su petróleo, y el agosto lo harán las empresas norteamericanas y las de los países colaboracionistas que verán así recompensado su servilismo. A eso lo llamarán ayuda humanitaria, aunque siempre se ha llamado colonialismo y de la peor especie. A nuestro país, como país, casi nunca le han ido bien en las empresas coloniales, aunque bien es verdad que en todas ellas siempre ha habido listos que han conseguido pingues negocios. Ocurrirá lo mismo.