Emigrante con matrícula de Bilbao

Lo vi por casualidad en la televisión autonómica, en el programa llamado Madrid Directo. Fue uno o dos días después de la última manifestación antiterrorista en la Puerta del Sol, en aquella en que aparecieron carteles contra los cómplices de aquí y de allí.

No logré enterarme muy bien de los detalles, y después tampoco lo he encontrado reflejado en la prensa. Pero me percaté de lo suficiente para saber de que iba el tema. A una ciudadana de color, debía ser emigrante, a una pobre trabajadora que según contaba tenía dos hijos y necesitaba el coche –un viejo coche, con toda probabilidad de tercera o de cuarta mano- para trasladarse desde su domicilio en San Blas al trabajo en el otro extremo de Madrid, unos energúmenos se lo habían destrozado, dejándole un cartel amenazante y conminatorio a que se marchase al país vasco. Como pueden suponer todo el misterio radicaba en que el automóvil en cuestión tenía matrícula de Bilbao.

La situación, si el tema no fuese tan serio, parecía sacada de un vodevil. La pobre mujer aterrada y chapurreando un mal castellano no hacia más que repetir que ella no era vasca, ni siquiera española - a la vista estaba- y que no quería saber nada de los líos que nos traíamos. Una y otra vez reiteraba que estas cosas no le gustan y que ella era amante de la paz.

No me cabe duda que se trata de un caso extremo, pero los casos extremos, por eso, por extremos, nos alertan de los peligros que corremos. Hace tiempo que me preocupa el clima tan enrarecido que se está creando. Se me dirá que la culpa la tiene ETA, y es verdad, pero no es menos verdad que la política es un arte, el arte de adaptarse y reaccionar de la mejor manera posible ante las circunstancias. La acción política exige tino, medida, moderación, introducir racionalidad y proporción en los asuntos. Excitar las pasiones, inducir al furor y a la cólera, estimular las pulsiones más irracionales de la sociedad no suele solucionar nada y es una espoleta de explosión retardada.

Los temas del país vasco, terrorismo o no, vienen ocupando la casi totalidad de los informativos y de los espacios de opinión en todo tipo de medios. Las encuestas del CIS han señalado por primera vez que el terrorismo es el problema más importante para los españoles. ¿Alguien puede creérselo? No se dice para los vascos, no, que tal vez tuviese más sentido sino para los españoles. ¿Se puede pensar en serio que el terrorismo ocupe el primer lugar en el orden de preocupaciones del ciudadano de Castilla, de Andalucía, de Aragón, o de Galicia? No pongo en duda que haya sido esa la respuesta, lo que insinúo es que es una opinión inducida por el clima que con machaconería están creando los medios y los creadores de opinión; del mismo modo que el que hoy aparezca la monarquía como institución más valorada, en un país en el que nadie era monárquico, difícilmente puede explicarse si no se acude al pacto implícito de los medios e instancias oficiales para silenciar toda crítica y prodigar el botafumeiro hasta extremos empalagosos.

El lenguaje que se emplea en el tema vasco es de guerra –¿qué más quieren los terroristas?- Conmigo o contra mí, sin matices, sin distinciones posibles. Todo aquel que no repita el credo oficial se convierte en cómplice, sospechoso o tonto útil. Reniego de cualquier ideología nacionalista, me parece irracional, absurda y peligrosa. Pero eso no puede hacer que me olvide y no debería olvidarlo nadie, tanto más si juega a político, que la mitad del país vasco se declara nacionalista. Meter a todos en el mismo saco, contestar a un nacionalismo con otro nacionalismo es, como mínimo, arriesgado e incoherente.