Y ahora, el impuesto de sucesiones

Pocas aseveraciones tan ciertas como la de James O’Connor de que “Toda modificación importante en el equilibrio de las fuerzas políticas y de clase queda reflejada en la estructura tributaria”. Vivimos una época de plena hegemonía del neoliberalismo económico, no es de extrañar, por tanto, que los sistemas fiscales se encaminen, paso a paso, y con distintos pretextos hacia posiciones cada vez más regresivas. Y regresiva tiene que ser, por fuerza, la reforma fiscal que emprende Bush.

La excusa es, cómo no, la reactivación de la economía. No se entiende bien por qué hay que reactivar la economía siempre a base de bajar impuestos y no dedicando los recursos a la sanidad o a la educación pública, que además en Estados Unidos están como unos zorros.

Bush va a suprimir el impuesto sobre los dividendos, es decir sobre rentas de capital. Coloca como pretexto la doble imposición, como si los sistemas tributarios no estuviesen repletos de casos de doble imposición, consecuencia lógica de que el flujo de renta sea circular (la producción se distribuye en rentas, y éstas se consumen, y se ahorran; y el ahorro a su vez se orienta a la inversión). En España hemos sido más expeditivos, desde la reforma del impuesto de sociedades de 1995, la exención por doble imposición de dividendos en el IRPF compensa con creces el gravamen soportado en el impuesto de sociedades. Con lo que los dividendos no sólo no tributan sino que sus preceptores sacan alguna ventajilla adicional. Todo sea para mayor enriquecimiento de los ricos.

No faltan, sin embargo, voces piadosas que se apresuran a invocar el capitalismo popular y a señalar que hoy son muchos los americanos y españoles que invierten en la bolsa y que, por lo tanto, estas medidas benefician a las clases medias. Ni son tantos, ni todos tienen lo mismo. Es lo de siempre, por cuatro cuartos que algunos reciben, otros reciben millones. Lo único bueno de Estados Unidos es que las cosas se saben y siempre hay instituciones que cuentan la verdad de los hechos. Por ejemplo, en los momentos presentes se dispone ya de informes elaborados por la Brooking Institution y el Urban Institute que indican que el 42% de los beneficios generados por la reforma fiscal ira a parar al 1% de los contribuyentes más ricos. Aquí en España no hay ninguna institución que se atreva a contar esas cosas, pero cualquier cálculo somero sobre las reformas emprendidas por el PP arroja cifras similares.

Parece ser que Bush pretende eliminar también el impuesto de sucesiones. Berlusconi en Italia le ha precedido, y el gobierno del PP no podía quedarse atrás. Rato ya ha anunciado que, como primera atacada, el impuesto de sucesiones va a desaparecer en la trasmisión hereditaria de padres a hijos. Era de esperar que tras la reforma del IRPF y del impuesto de patrimonio viniese la modificación del impuesto de sucesiones.

Desde muy antiguo se sabe que uno de los mayores defectos de la economía de mercado es la acumulación de bienes en unas pocas manos. Acumulación que tiene su mejor aliado en la herencia. La herencia además deja en berlina ese edulcorado discurso del neoliberalismo económico cuando nos intenta convencer de que en el sistema capitalista todos tenemos las mismas oportunidades y de que en el fondo todo depende del esfuerzo y trabajo de cada uno. Todos podemos ser millonarios.

“La república lleva sobre la monarquía la ventaja que lleva todo lo racional sobre lo absurdo” afirmaba Pi i Margall. Lo absurdo radica en que el hijo de un rey tenga que ser rey, o que el hijo de un banquero tenga que ser banquero. Lo absurdo es eso de la estirpe a la que recurría Suárez júnior en un acto electoral este fin de semana. La herencia amén de absurda es injusta y ha sido uno de los primeros factores que se consideró necesario corregir del sistema capitalista. De ahí el impuesto de sucesiones.

El impuesto de sucesiones es un impuesto progresivo, con tipos diferentes a aplicar en función de dos variables: a) grado de parentesco o de afinidad del heredero y b) la cuantía a la que asciende la herencia. En pleno auge de neoliberalismo económico, -lo que algunos han denominado la rebelión de los ricos-, resulta lógico que sea un tributo bajo sospecha y que antes o después se busque su derogación. Claro que una vez más se nos intenta convencer de que la medida es progresiva y que beneficia a las clases bajas y medias. Se necesita tener imaginación. Acudir a que los ricos tienen instrumentos para evadir el impuesto ralla en el descaro. Porque si es así, lo que debe hacer un gobierno no es eliminarlo, sino tomar las medidas para que no se pueda eludir.

En nuestro país, en ese embrollo tan formidable que se ha armado con las autonomías, alguien tuvo la feliz idea de cederles el impuesto de sucesiones, concediéndoles además capacidad normativa. Podemos imaginarnos el caos que se formará si cada Comunidad Autónoma tiene un régimen distinto. Veremos a todos los adinerados domiciliándose en aquellas regiones que hayan eliminado el tributo. Y después, hablamos de armonización fiscal europea. Bien es verdad que el problema no subsiste si todas las Autonomías acaban por derogar el impuesto. ¿Será eso lo que se pretende?