Déficit democrático

Hace tiempo que en los aledaños del PSOE –bien sea entre los militantes del propio partido o entre los simpatizantes de los medios de comunicación–, vengo escuchando de forma reiterativa un mismo mensaje: vivimos en una democracia de baja intensidad. Es un mensaje que me resulta muy conocido. Con otras expresiones quizá, aunque con el mismo contenido, lo repetía sin cesar el PP cuando estaba en la oposición. Tiempos de felipismo y de regeneración democrática.

Ahora es el PSOE el que denuncia con razón el sectarismo del Fiscal General del Estado, pero también con razón lo censuraba en sus tiempos el PP. El PSOE se queja de la manipulación informativa de Televisión Española y del control que el Gobierno ejerce sobre muchos medios de comunicación privados. Me parece estar escuchando los mismos lamentos en boca de los populares cuando gobernaba el partido socialista. Y me atrevo a pronosticar que los escucharé de nuevo tan pronto como retornen a la oposición.

Entonces tenía razón el PP como ahora la tiene el PSOE. Resulta curioso, no obstante, que los dos partidos mayoritarios, casi hegemónicos, que se alternan en el poder, sean también los que se alternen en las críticas al sistema y en la constatación del déficit democrático. ¿Por qué no se ponen de acuerdo para cambiar las reglas de juego? ¿Acaso no pueden llegar a un consenso para elaborar un nuevo estatuto de la Fiscalía o de Televisión Española? ¿Por qué no pactan una ley que impida la concentración de los medios de comunicación y su control por el poder económico? ¿Por qué no se cambia la ley electoral o el sistema de financiación de los partidos políticos?

Me temo que nada de eso se hará porque, a pesar de sus quejíos en los momentos de tribulación, ambos son los primeros beneficiarios del sistema. Y es que cualquier regeneración que no se quede en la periferia pasa por dinamitar el bipartidismo. Lo que verdaderamente se opone a la democracia es la concentración de poder. Todas las reglas de juego están orientadas a mantener un mercado cerrado en el que resulta casi imposible la incorporación de nuevas formaciones políticas. El abanico electoral queda casi circunscrito a dos únicos partidos que, como es lógico, tienden a parecerse cada vez más en sus planteamientos. Los ciudadanos optan por uno de ellos sin entusiasmo y como mal menor. Los fiscales, los jueces, los medios de comunicación y hasta el poder económico terminan alineándose en uno de los dos bandos. Y uno ya no sabe si es el PSOE el que manda en Prisa, o Prisa la que manda en el PSOE; si es el PP el que manda en Telefónica y en Repsol, o son Repsol y Telefónica las que mandan en el PP. ¿Será el Gobierno el que manda en Botín o Botín en el Gobierno?