Portugal sin soberanía

Más que hablar de rescate deberíamos utilizar la palabra batacazo, porque, hasta  la fecha, lo único que han conseguido los países a los que la Unión Europea ha pretendido salvar ha sido adentrarse más y más en el abismo. De ahí que todos hayan sido reacios a reclamar la ayuda y que a todos les hayan forzado las instituciones comunitarias, el Fondo Monetario Internacional y los países más ricos de la eurozona a penetrar en la senda de la llamada ortodoxia, que claramente beneficia los intereses del capital nacional y foráneo y perjudica los de los trabajadores y los de los ciudadanos del país en cuestión.

 

El caso de Portugal ha sido sintomático. De nada ha servido que el parlamento rechazase el denominado Programa de Estabilidad y Crecimiento (crecimiento, ¡qué ironía!) presentado por el gobierno de Sócrates. Portugal, como casi todos los países de la Unión Monetaria, hace ya tiempo que perdió su soberanía: desde el momento en que se incorporó a la moneda única y aceptó la libre circulación de capitales. El BCE se ha encargado de mostrar claramente quién manda y cómo se han modificado los centros de poder. Desde Frankfurt se ha presionado a la banca portuguesa para que no adquiriese la deuda pública lusitana, obligando al Estado a doblegar la cerviz y a tener que entrar por el lado de los ajustes.

 

Es alarmante la sinrazón a la que hemos llegado. Al Estado islandés se le ha pretendido obligar a salir al rescate de sus bancos y ahora se le coacciona para que se haga cargo de las deudas y de los pufos que estas instituciones han dejado en el extranjero. Para este menester parece que los bancos sí tienen nacionalidad; pero son europeos cuando de lo que se trata es de seguir instrucciones. Así en Portugal no es el poder público elegido democráticamente el que manda en las entidades financieras, sino instituciones, como el BCE, irresponsables políticamente y que no tienen reparo alguno en señalar que lo único que les importa es la inflación, obviando por completo el crecimiento y el empleo.

 

Se trasmite a la opinión pública la idea de que la intervención de Portugal se debe a que el parlamento ha rechazado el programa reaccionario del presidente Sócrates. ¿Alguien puede creer que de haberse aprobado las medidas de ajuste propuestas no hubiera llegado igualmente el rescate? Éste hacía ya tiempo que llevaba revoloteando sobre Portugal, y los dos ajustes anteriores no habían solucionado nada, como tampoco habría servido de nada si se hubiese aprobado el tercero, del mismo modo que los rescates no están reparando las dificultades de los países rescatados.

 

 El llamado rescate va a ir seguido en Portugal, como antes en Grecia y en Irlanda, de medidas de ajuste brutales que, lejos de remediar sus problemas, empeorarán la situación económica, en especial la de sus trabajadores y sus ciudadanos más pobres. Sus planteamientos poco tienen que ver con la ciencia económica, y mucho más con un fanatismo doctrinario tendente a beneficiar a las fuerzas económicas y financieras, nacionales y foráneas. Medidas como la de las privatizaciones no pueden tener otra finalidad sino la de traspasar a manos privadas negocios sumamente rentables.

 

Desde distintos ángulos, tanto nacionales como internacionales, se apresuran a señalar que el caso de España es diferente gracias a que el Gobierno ha instrumentado las reformas necesarias. Tal planteamiento no tiene ningún fundamento técnico, y expresa únicamente posiciones interesadas. Es difícil saber si el contagio llegará a España. Pero si al final nuestro país se libra, no será por las medidas tomadas, la mayoría contraproducentes, sino porque, dado su tamaño, la caída de España podría hacer tambalearse a toda la Unión Monetaria, y entorno a ésta se concentran muchos intereses.

 

De todos modos, lo más relevante del caso de Portugal es que expresa de forma perfecta la enorme crisis democrática que afecta a los países europeos que han aceptado la libre circulación de capitales y la Unión Monetaria.  En menos de dos meses, los ciudadanos portugueses pasarán por las urnas. ¿Para qué elegir un parlamento y un gobierno si van a ser otros los que manden? Ante esta situación caben tres alternativas: a) Constituir a Europa como Estado, lo que parece utópico, b) abolir la libre circulación de capitales y c) renunciar a la democracia. No queda más remedio que optar por una.