La reforma del Gobierno CEOE

Resulta sobrecogedor tomar conciencia del grado de conformismo a que ha llegado la sociedad española. Va a hacer quince días ya que el gobierno aprobó el decreto ley de reforma laboral y aquí no ha pasado nada, y me temo que tampoco pasará en el futuro. La opinión pública es fiel reflejo de la opinión publicada, y desde hace algún tiempo para ésta sólo existe un problema digno de consideración, el terrorismo, y todo lo que rodea al País Vasco. Y, sin embargo, la reforma laboral va a tener para la mayoría de los hogares españoles una repercusión mucho más directa e inmediata que los atentados terroristas.

Reforma a reforma, se está produciendo una auténtica mutación en el modelo económico y social, configurándose una situación nueva en la que el trabajador va perdiendo todas las garantías y derechos y queda al albur de la voluntad del empresario, viéndose obligado a aceptar las condiciones más draconianas. Cada reforma es un paso más en un camino que parece no tener fin, o más bien cuyo fin es retornar al mundo laboral del siglo XIX.

El gobierno del PP, al año justo de su victoria electoral y crecido con su mayoría absoluta, no ha dudado en dar cumplida satisfacción a las aspiraciones empresariales, aunque para ello haya tenido que modificar unilateralmente lo que él mismo pactó con los sindicatos hace poco más de dos años. Tampoco puede extrañarnos. Patronal y Gobierno son en realidad la misma cosa; lo que se evidencia al analizar el origen de muchos de los altos cargos, incluyendo el de algunos ministros.

Creíamos, sinceramente, que el mercado laboral español había alcanzado tal grado de precariedad y anarquía que era imposible sobrepasarlo. Nos equivocamos. Una vez más se demuestra que todo es susceptible de empeorar. Y empeora, ¡y cómo!, con el decreto ley aprobado por el gobierno de la CEOE.

Se resucita el antiguo contrato basura, (cuya eliminación fue una de las pocas medidas positivas de la reforma del 96) mediante la ampliación de los "contratos de formación" a una serie de colectivos que nada tienen que ver con esta finalidad. Se permite, así, la utilización generalizada de un contrato, caracterizado por tener una ínfima retribución, el salario mínimo interprofesional, menor protección social - carece de derecho a la prestación por desempleo- , y unas cotizaciones sociales a cargo de los empresarios muy reducidas, del orden de 5.000 pesetas al mes.

Se desregula totalmente el contrato a tiempo parcial, hasta el extremo que la única diferencia con el de a tiempo completo será su menor retribución y la eliminación de la mayoría de los derechos laborales. La jornada, el horario y el cómputo semanal o mensual de horas depende de la voluntad del empresario, pudiendo variar continuamente. En lugar de a tiempo parcial se debería llamar de plena disponibilidad. Se comprende la falacia de pretender justificar este tipo de contratos argumentando que de este modo las mujeres y los jóvenes puedan atender otras ocupaciones. Lejos de esto el contrato a tiempo parcial será uno de los más precarios del mercado de trabajo. Sólo saldrán beneficiadas las empresas.

Se crea una nueva y desconocida causa objetiva de despido. Se permite la asignación de contratos indefinidos específicos a la ejecución de planes o programas públicos dependientes de presupuestos anuales, para autorizar seguidamente el despido automático, cuando dicha asignación presupuestaria se vea mermada o suprimida. Esta medida va a afectar, sin duda alguna, a miles de trabajadores de empresas que tienen contratos con las administraciones públicas, con la agravante de que se eludirá el expediente de regulación de empleo y las garantías que conlleva.

Se reduce la indemnización por despido improcedente - es decir el arbitrario y discrecional- a 33 días por año trabajado mediante el procedimiento de incluir en el "contrato para fomento de la contratación indefinida" a casi todas las categorías de trabajadores.

Se inventa un nuevo tipo de contrato temporal, el "de inserción" como si fuesen pocos los ya existentes. Se empeoran las condiciones de los trabajadores fijos discontinuos; y con el argumento de incentivar la contratación, de nuevo, se reducen en distintos casos las cotizaciones sociales de los empresarios.

Serían muchos aún los aspectos por comentar, pero valga lo indicado hasta el momento como señal inequívoca del signo de la reforma. El gobierno, con la prepotencia de su mayoría absoluta, ha pasado olímpicamente de las organizaciones sindicales, pero lo peor con todo es que no se ve muy claro que éstas tengan capacidad de reacción. Después de siete años de consensos y diálogos se ha perdido todo hábito de movilización y confrontación.

Tampoco cabe esperar mucho de la oposición política. No sólo porque fuesen los gobiernos de González los que iniciasen este camino de desregulación en materia laboral, sino principalmente porque el discurso económico de Zapatero y sus muchachos se mueve en la misma órbita que el del gobierno. Hay que añadir además que en este tema casi todos los medios de comunicación, sean de un lado o de otro, marchan al unísono, en la dirección que marcan el capital y los empresarios. Continuaremos, por tanto, hablando de terrorismo y del País Vasco.