El Marshall chino

Con gran algarada tanto mediática como política, hemos recibido estos días de atrás al viceprimer ministro chino. Nos recordaba al Míster Marshall de Berlanga. Es curioso lo que ocurre con China. Nuestras democracias occidentales –siempre tan estrictas cuando se trata de enjuiciar la posible falta de libertad de los regímenes populistas del tercer mundo– sufren una especie de amnesia al tratar con el país asiático cuyo régimen aglutina lo peor del comunista y del capitalista: falta de libertad con enormes desigualdades y la opresión más brutal en el orden social y laboral.

China acude como salvadora de las economías periféricas de Europa, dispuesta a comprar su deuda pública al igual que lo hace con la de EE UU. Habrá que evocar aquel epigrama de Juan de Iriarte “El señor don Juan de Robres, con caridad sin igual, hizo este santo hospital… y también hizo los pobres”. China genera primero con una competencia desleal los déficits en los países y, más tarde, adquiere su deuda para que puedan continuar consumiendo productos chinos. El crecimiento del gigante asiático se basa en la técnica de empobrecer al vecino. No tiene más remedio que comprar dólares y euros si quiere que el yuan continúe infravalorado, lo que permite sus exportaciones; pero impide gastar las divisas obtenidas en el interior, de modo que la población china no puede beneficiarse. El consumo es tan sólo el 30 por ciento del producto.

Lo desconcertante es que el resto de países le permitan instrumentar tal política y no apliquen, a su vez, frente a ella, políticas defensivas. La explicación hay que buscarla en los múltiples intereses económicos y empresariales que se mueven alrededor de China. Los empresarios quieren producir en China y en otros países similares, en los que los costes laborales son muy reducidos, y vender después los artículos en los países desarrollados. Ello incrementará sus beneficios y minorará la parte del producto que se dirige a los trabajadores. Tal aumento de la desigualdad por fuerza tiene que reducir el consumo, a no ser que se mantenga artificialmente a base de préstamos, lo que no puede prorrogarse indefinidamente. Los créditos de China no son la solución. Ésta aparecerá cuando los países con superávits en sus balanzas de pagos, lejos de atesorar, gasten sus recursos y permitan que el tipo de cambio nominal coincida con el efectivo.