La directiva Bolkestein

En la pasada cumbre de Bruselas, los jefes de Estado y de Gobierno rechazaron la directiva Bolkestein. Aun cuando no triunfó por completo la tesis de Francia que propugnaba su retirada, sí se acordó sin embargo que la redacción actual es inadecuada y que debe ser modificada en profundidad para adaptarla al modelo social europeo.

El tema es interesante por lo que tiene de paradigma. La directiva es un escaparate de toda la Unión Europea. Las contradicciones de esta última aparecen fielmente reflejadas y quizás de forma más clara en la primera.

El objetivo de la directiva es propiciar el mercado único en los servicios, mejor dicho en aquellos servicios que no tienen ya una legislación propia en la Unión, como ocurre con los financieros, los transportes o las comunicaciones. Pretende que las empresas puedan realizar su actividad en cualquier país europeo sin necesidad de tener que abrir filial en él, y manteniendo –y ahí está el caballo de batalla- la normativa laboral, social y fiscal del país de origen. La consecuencia más inmediata de este esquema de funcionamiento es el dumping laboral y fiscal. Resulta lógico pensar que las empresas, independiente de donde realicen su actividad, se domiciliarán allí donde los impuestos sean más reducidos y la legislación laboral más permisiva, y forzarán a los Estados a una carrera sin fin en la minoración de gravámenes al capital y en el desmantelamiento de la normativa laboral y de los sistemas de protección social.

La directiva intenta llevar la idea central de la Unión Europea , la concurrencia y el mercado único, hasta el límite, hasta el último rincón de la actividad económica, pero quizás por eso aparecen de forma más clara en ella las contradicciones intrínsecas del modelo de la Unión.  Los bienes de cualquier tipo pueden desplazarse de un país a otro y ser así objeto del comercio internacional. Los servicios no. Se precisa, por tanto, que sean las empresas las que viajen, pero se quiere que lo hagan con el bagaje del país de origen, comenzando así las incongruencias. ¿Cómo se puede hablar de competencia y de juego limpio cuando las condiciones fiscales, laborales y sociales son tan diferentes? Sólo la armonización de la normativa en estas materias daría lógica al proyecto. En puridad, el problema planteado en esta directiva no es distinto del que corroe todo el esquema comunitario: la constitución de un mercado único en el que las reglas de juego de la competencia están falseadas por legislaciones fiscales, sociales y laborales muy distintas.

Chirac no es un izquierdista peligroso. Es tan sólo un jefe de Estado que próximamente tendrá que someter a referéndum en su país el Tratado de la Constitución europea y vislumbra el peligro de que el resultado sea negativo. La directiva dejaba las cosas demasiado claras y ponía en evidencia que a los trabajadores franceses se les ofrecía exclusivamente la siguiente disyuntiva: o la recesión y el paro, o ir poco a poco asimilando su condiciones laborales (salario, jornada de trabajo, temporalidad) y sociales (pensiones, seguro de desempleo, etcétera) a las de los países más pobres.  ¿Por qué razón van a votar sí?

Pero, en contra de lo que se podría pensar, la situación tampoco es apetecible para los trabajadores de los países más atrasados, como por ejemplo Lituania, porque si fuera verdad que las naciones más desarrolladas deprimiesen las condiciones sociales y laborales para no perder competitividad, ellos, los pobres, deberían bajar todavía más los salarios y los impuestos para seguir manteniendo la ventaja comparativa. Una carrera sin fin.