La dictadura del BCE

Una vez más y tal como estaba previsto, el jueves pasado el Banco Central Europeo ha elevado el tipo de interés. Resulta difícil justificar tamaña decisión, como no sea por el dogmatismo del que suelen hacer gala las autoridades monetarias. En el último año, tras seis aumentos consecutivos, con una subida global de 150 puntos porcentuales, el precio del dinero se sitúa en el 3,5%. Y, lo que es aún peor, de las palabras de Trichet se deduce que en el futuro van a continuar los incrementos.

El Consejo del BCE fundamenta la adopción de estas medidas en el, según él, fuerte crecimiento de los agregados monetarios acaecido en los últimos tiempos y que aconsejarían una política restrictiva. Hace suya la frase de Friedman de que “la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario” y que, por lo tanto, existe una relación directa entre la cantidad de dinero en circulación y el nivel de precios. Para los monetaristas, la tarea es relativamente simple: si se quiere controlar la inflación, solo hay que reducir la masa monetaria. Es este mecanismo el que pretende instrumentar el BCE. Considera que en estos momentos existe peligro de que la inflación se sitúe a niveles más altos de lo que sería razonable debido a que la cantidad de dinero en circulación es muy elevada. Conviene, por consiguiente, reducir ésta, aumentando los tipos de interés.

Tal argumentación presenta bastantes puntos débiles. El primero radica en creer que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario. Nadie duda que las variables monetarias influyan en el nivel de precios, pero, al mismo tiempo, hay que admitir que éste depende también de otras variables y si no, ¿cómo explicar que países con la misma política monetaria presenten tasas de inflación diferentes? Es bien sabido que España tiene un fuerte diferencial de inflación con las otras economías de la zona euro y, sin embargo, todos están sometidos a la misma política monetaria.

La segunda objeción surge de comprobar que la cantidad de dinero con lo que guarda relación es con el PIB nominal, variable compleja formada por el crecimiento real y el índice del nivel de precios. Una política monetaria restrictiva tendente a reducir la cantidad de dinero en circulación no tiene por qué traducirse de forma automática en una menor inflación, puede muy bien convertirse, al menos parcialmente, en menor crecimiento. La historia económica está llena de situaciones en las que las autoridades monetarias al practicar una política restrictiva, lejos de controlar los precios, han abortado una recuperación económica o han arrastrado a una economía a la recesión y al paro. De aquí el enorme contrasentido de que la Unión Europea al crear el BCE le haya encomendado como única finalidad el control de la inflación sin asignarle responsabilidad alguna sobre el crecimiento económico.

La tercera objeción parte de la propia imperfección de la política monetaria, por lo menos de la instrumentada por el BCE, que fija como variable intermedia la cantidad de dinero en circulación. Como afirma Galbraith, lo menos que se les puede pedir a quienes colocan el dinero como variable estratégica y principal es que definan correctamente lo que entienden por tal. Pues bien, lo que sucede es todo lo contrario. Pocas magnitudes han tenido que revisarse y cambiar de definición con tanta frecuencia como las variables monetarias. En un mundo financiero en continua ebullición y en el que permanentemente se están creando instrumentos financieros, resulta casi imposible establecer una delimitación correcta del concepto de oferta monetaria, y mucho menos que éste permanezca estable el tiempo suficiente como para poder fijar inferencias.

La cuarta incertidumbre se relaciona con la anterior y consiste en la enorme inestabilidad que caracteriza la demanda de dinero. Toda la teoría cuantitativa se basa en que la velocidad de circulación del dinero es estable. Pero en la actualidad cuando la economía y los mercados financieros están integrados globalmente no se puede estar seguro de que esta estabilidad se cumple dentro espacio monetario. Los enormes movimientos internacionales con transferencias continuas entre diferentes monedas buscando condiciones más ventajosas en cuanto a tipo de interés y de cambio echan por la borda los presupuestos anteriores.

Si hace veinte años éramos muy pocos los que señalábamos que el Banco de España se había perdido en los ALPES (activos líquidos en manos del público, variable monetaria que nuestro banco emisor identificaba como dinero en circulación), hoy son muchas las voces que desde el mundo académico e incluso desde otros bancos centrales critican al BCE por seguir anclado en este tipo de política monetaria. Hay bastantes factores que indican que hoy en día esta política restrictiva constituye un grave error. La inflación se mueve en parámetros perfectamente tolerables; el euro está sobrevalorado, con el consiguiente perjuicio de nuestro sector exterior y una política como la que sigue el BCE va a contribuir aún más a su apreciación; Europa se adentra por una senda de recuperación económica, recuperación que puede abortarse con las elevaciones de tipos de interés.

La Confederación Europea de Sindicatos (CES) ha exhortado con toda razón al BCE a poner fin a su ciclo de endurecimiento monetario y a no continuar en el 2007 con esa política de subida de tipos de interés, ya que estas medidas revierten negativamente en los trabajadores europeos. Más clara ha sido aún, en Lisboa, la candidata socialista a la presidencia francesa, Segolène Royal, al afirmar que Trichet no tiene derecho a dirigir la economía europea; este derecho, proclamó, corresponde a los políticos democráticamente elegidos.