De nuevo las eléctricas

En Economía, los efectos negativos de cualquier decisión tardan muchos años en manifestarse. Ocurre con las familias, sus dificultades se remontan a menudo a determinaciones tomadas bastante tiempo atrás. Sucede con las empresas, los grandes escándalos o los desplomes de algunos monstruos empresariales, que aparentemente nos han sorprendido, tienen perfecta explicación en su gestión pretérita. Acontece en los Estados, las consecuencias desastrosas de ciertos hechos aparecen con lustros de desfase. Antes o después, pagaremos bastante cara la ola de privatizaciones en los servicios públicos y en los sectores estratégicos.

El mercado eléctrico está siendo pionero en dar la voz de alarma. Cada invierno y cada estío las deficiencias en el suministro, esencial para el funcionamiento de la economía y para el bienestar de las familias, se hacen presentes en determinadas regiones. Este verano, Sevilla ha sufrido ya de forma repetida, en los momentos de mayor bochorno, periodos prolongados de corte de fluido. Los daños económicos y morales han sido cuantiosos, y las compañías eléctricas se han limitado a excusas y dar palabras. Su única razón, que no habían previsto un incremento tan fuerte de la demanda.

Cosa curiosa ésta de las eléctricas y la demanda. En ningún otro negocio los empresarios se quejan cuando se eleva la demanda. Todo lo contrario, un mayor consumo es recibido con enorme satisfacción y como señal de futuros beneficios. En ninguna otra actividad osan afirmar que las nuevas inversiones necesarias para atender un mayor volumen de negocio deban financiarse con subida de precios. ¿Alguien puede imaginar por ejemplo al Corte Inglés quejándose de que las ventas se han disparado o justificando un aumento en los precios en la necesidad de construir nuevos establecimientos? Se supone que cuando las inversiones obedecen a un incremento de la actividad habrá que financiarlas mediante ampliaciones de capital o créditos que se irán recuperando con creces con el aumento de la facturación procedente del mayor consumo.

La razón de este comportamiento tan extraño no resulta difícil de encontrar: el sector eléctrico sigue siendo un mercado cautivo. En él la liberalización y la competencia son entelequias sin ninguna repercusión práctica, como no sea el haber metido en el bolsillo de las compañías un billón de las antiguas pesetas -otro concepto bastante difícil de explicar, el de coste de la transición a la competencia. El consumidor debe conformarse sin posibilidad alguna de defensa. En estas condiciones la maximización del beneficio poco tiene que ver con la calidad del servicio. Las empresas carecen de todo aliciente para nuevas inversiones, o al menos en la cuantía necesaria para proporcionar suministro en los momentos punta. Continuando con el ejemplo anterior, supongamos que todos los ciudadanos estuviesen obligados a realizar sus compras en el Corte Inglés, ¿tendría esta empresa algún interés en abrir nuevos establecimientos? Al menos, su óptimo pasaría por retardar lo más posible la apertura.

Pero es precisamente en este tipo de negocios, en el que el sector es estratégico, la demanda está cautiva y los precios deben fijarse lógicamente por tarifas, cuando está justificada -más que justificada, se hace imprescindible- la presencia de empresas públicas. Privatizar sectores en los que el mercado no funciona es dar patente de corso a los intereses económicos. Las compañías se descapitalizan, se saquean y cuando están en plena crisis, crisis que no se puede permitir porque afecta a toda la economía nacional, retornan al sector público para que las salven. Eso sí, después se dirá que las sociedades estatales son más ineficaces.