Igualdad y libertad

"La igualdad no es más de izquierdas que la libertad". En abstracto la afirmación de Zapatero, por ambigua, resulta difícilmente rebatible; pero los momentos y el contexto matizan las frases y las llenan de contenido. Tal aseveración, pronunciada en la antigua URRSS o en China, tendría toda su razón de ser, pero dicha en España al comienzo del siglo XXI, después de la caída del muro y cuando los antiguos estalinistas se encuentran todos en el PSOE o en el PP transmutados en neófitos del neoliberalismo, resulta altamente sospechosa. Porque el peligro, hoy, no radica en que con el pretexto de la igualdad se instaure la dictadura de una burocracia, sino más bien en que agitando la bandera de la libertad económica se condene a amplias capas de la población a la miseria, y de tal modo se amplíen las desigualdades, que la libertad sea un lujo reservado a una elite selecta.

Hoy somos tan antiguos que retornamos al siglo XIX, y corremos riesgos similares. Globalización de la pobreza y concentración del capital. La amenaza a la libertad, al menos en el mundo desarrollado, no proviene de regímenes autocráticos, bien sean de derecha o de izquierdas. No son los déspotas personales o las ideologías de partido único los que pueden secuestrar la democracia, sino los intereses económicos. El Gran Leviatán en nuestros días no se personifica en el Estado, sino en una tela de araña anónima, irresponsable y casi siempre invisible de centros de poder, que controla al propio Estado.

El socialismo, afirma Zapatero, surgió como alternativa económica y en esa creencia se olvidó de la política. La apuesta del documento -continúa-, es retornar a la política. Discrepo. El vicio del documento estriba en estancarse en una idea de política superada y prescindir de la economía. El fallo está en creer que puede darse la democracia política sin democracia económica. Negando un mínimo de igualdad no hay libertad. En eso se diferencia el socialismo del liberalismo. El socialismo debió ser la meta última de un liberalismo consecuente, superación del liberalismo. El liberalismo político es, a medio plazo, un acto fallido, equilibrio inestable; porque, o evoluciona hacia el socialismo o traiciona sus propios principios y se convierte en liberalismo económico, que de liberal sólo tiene el nombre.

Las libertades formales adquieren muy pronto la condición de reales, sólo hay que suprimirlas, afirma con razón Duverger. Pero hoy nadie cuestiona las libertades formales. Ese es el pasado. En los tiempos presentes resulta bastante más cercana la admonición de Herman Heller "Sin homogeneidad social, la más radical igualdad formal se torna en la más radical desigualdad; y la democracia formal en dictadura de la clase dominante".