Propaganda política

No sé si fue primero la propaganda comercial o la política. Lo que sí parece cierto es que en los momentos actuales, la última, nada tiene que envidiar a la primera. En ambos casos se miente con el mismo desparpajo. En uno y en otro ámbito se utiliza cualquier medio para lograr el objetivo. La propaganda comercial es engañosa, la propaganda política también.

Blair no tiene empacho en presentar como hallazgos de sus servicios de inteligencia lo que son estudios académicos de hace una década. Todo es lícito con tal de agradar al amigo americano y justificar la guerra contra Irak. Antes o después se descubrirá también que la mayoría de los datos aportados por Colin Powell o eran falsos o estaban manipulados al igual que aquel “numerito” que montaron en el Senado con ocasión de la primera guerra del Golfo: una adolescente kuwaití, identificada simplemente como Nayirah, narró con lágrimas en los ojos, ante la Cámara de Representantes, las atrocidades de la ocupación iraquí. Más de trescientos soldados irrumpieron en el hospital en que trabajaba como voluntaria, y sacaron de las incubadoras a más de trescientos niños dejándolos morir en el suelo. Al final todo resultó ser un montaje preparado por un empresa de relaciones públicas con dinero de Kuwait, y Nayirah la hija del embajador kuwaití en EE.UU.

Aznar tampoco pierde ripio y ante alguien que grita un “no a la guerra” afirma que debemos dar gracias por estar en un país en el que se permiten tales gestos. En Irak le habrían fusilado. Es de agradecer que en España no se fusile a los disidentes, aunque alguna magulladura, ocasionada por los servicios de orden, ya se llevó el atrevido. Es un detalle que no se haya fusilado a la gente de la farándula por osar defender la no intervención. Se contentaron con meterles mano en un registro vejatorio e impedirles así asistir a la intervención del presidente del Gobierno. Claro que otras épocas en que gobernaban los amigos de los que hoy se oponen a la guerra no tienen nada que envidiar a las actuales. A algunos nos depusieron de nuestros puestos y nos vimos hostigados en nuestra vida profesional como funcionarios, por habernos atrevido a criticar la guerra del Golfo.

Aznar pretende hacer apología de la intervención militar señalando lo malo que es Sadam que fusila a los disidentes. Por eso urge una intervención militar. Hay que adelantarse y bombardearles con los mísiles americanos antes de que Husein los fusile.

Se dan, sin embargo, formas de propaganda más sutiles e inteligentes, por ejemplo dedicar más de mil millones de pesetas del presupuesto a comprar vacunas que nunca se van emplear y que no se sabe ni siquiera sí existen; pero eso es lo mismo, lo importante es acojonar al personal, convencerles del peligro que corren y ponerles, por tanto, a favor de la confrontación bélica.

También se da lo contrario: formas de publicidad tan burdas y groseras que no convencen a nadie y que pueden volverse en contra. Por ejemplo, la campaña que Zaplana ha organizado a propósito de las pensiones. Una y otra vez, de forma reiterativa, aparecen en todos los medios de comunicación jubilados jubilosos y satisfechos con el dinero que van a recibir del gobierno. El contraste entre anuncio y realidad es tan evidente que lo único que provoca es el hastió y la repulsa. Los pobres pensionistas sólo perciben aquello que durante el año habían cobrado de menos, al haber realizado el Gobierno unas estimaciones irreales de la inflación que los datos han venido, como no podía ser menos, a contradecir.

La actuación del Ministerio de Trabajo linda además con lo delictivo. El sector público puede y debe realizar campañas de publicidad, pero la justificación de este gasto como la de cualquier otro del presupuesto hay que buscarla en el interés general. Una campaña de publicidad destinada a evitar los accidentes de circulación, a prevenir los incendios, o a informar a los ciudadanos de sus obligaciones tributarias está dentro de la actividad lógica de la administración, pero cuando lo que se publicita es lo bien que lo está haciendo determinado gobierno, bien sea local, autonómico o central es evidente que los recursos públicos se están utilizando para la propaganda de una formación política, la gobernante. Entonces estamos cerca de la malversación de fondos públicos y de la financiación ilegal de los partidos.

El tema se complica cuando además la campaña se contrata empleando un procedimiento especial, como el del restringido sin publicidad, que tanto las Directivas comunitarias como la Ley de Contratos de las Administraciones Públicas reservan para situaciones totalmente excepcionales y de máxima urgencia, y se complica mucho más cuando la empresa adjudicataria resulta que está presidida por un ex-portavoz del gobierno. Vamos, que la tal campaña es todo un pleno, al menos de irregularidades. Este muchacho aun no se ha enterado que ya no juega en regional sino en la liga nacional.