Una porción más pequeña de tarta

El Banco de España ha adelantado el dato de crecimiento económico del primer trimestre del año, 4%, en tasa interanual. Un buen dato, dirán los economistas oficiales. Cifras como estas sirvieron para que Aznar se pasase todo su mandato pregonando que España iba bien, y han estado también en el origen de que Zapatero proclamase el otro día, a pesar de que no quería ser triunfalista, que el año 2006 fue el mejor ejercicio económico de la democracia.

En la doctrina económica oficial -la que subvencionan los bancos, las grandes empresas y hasta los medios de comunicación-, para juzgar la marcha de la economía se atiende casi en exclusiva a la tasa de crecimiento económico, seguros, los que tal doctrina profesan, de que si la tarta  engorda, su patrimonio lo hará también, al menos en la misma medida. El centro de atención de la mayoría de los ciudadanos, sin embargo, se debería situar en otro lugar. Lo que realmente debe interesarles es el reparto; porque de nada les vale que la tarta aumente si la porción que a ellos va destinada es cada vez menor.

Según datos del INE, desde 1995 a 2006, la remuneración de los trabajadores ha pasado del 49% al 46% del PIB. El dato es ya significativo de cómo se ha reducido la participación de los salarios en la renta nacional, pero adquiere toda su dimensión  subversiva cuando se le relaciona con la evolución del número de asalariados. Según la EPA , el número de estos en 1996 no alcanzaba los nueve millones y medio; en el 2006, se sitúa casi en los diecisiete millones. Habiendo aumentado a casi el doble el número de trabajadores, su participación en la renta ha disminuido en 3 puntos del PIB.

He leído en la prensa que desde el Servicio de Estudios de las Cajas de Ahorro se da una explicación inmediata al fenómeno: “Este es un producto típico de la globalización”. Pues bien, ¿puede extrañarnos entonces que surjan voces que renieguen de la globalización y estén dispuestas a combatirla? Si la globalización, razonarán, tiene como consecuencia la precariedad en el empleo y en los salarios, la muerte del Estado de bienestar y la imposibilidad de gravar fiscalmente al capital y a las empresas, luchemos contra la globalización. Y es que lo que algunos llaman globalización es en el fondo simple desregulación, desregulación de los mercados laborales y de la economía en su conjunto, permitiendo que el capital imponga sus normas sin apenas cortapisas. Es, en definitiva, el retorno al capitalismo salvaje del siglo XIX.

He leído también que una lumbrera, socio de no sé qué compañía de analistas financieros, ha declarado al respecto que el asunto no es grave, porque si lo fuera, hace ya quince años que los sindicatos habrían puesto el grito en el cielo. Lo pusieron,  efectivamente, no hace quince años sino veinte, lo que ocurre es que la desmovilización y el desmantelamiento sindical constituyen una pieza más de ese retorno al capitalismo montaraz y sin concesiones. ¿Cómo mantener un sindicalismo fuerte allí donde abundan los contratos temporales y la amenaza del despido está presente? Hoy, sindicalismo fuerte parece existir solo en la función pública, y no siempre orientado correctamente. Por otra parte, el desarme ideológico de los sindicatos ha ido en paralelo al de los partidos socialdemócratas europeos, convirtiéndose en su correa de transmisión, subordinándose a ellos y perdiendo en buena medida su carácter reivindicativo.

Desde la CEOE , en el mismo reportaje, se afirmaba que era bueno que las empresas tuviesen beneficios. No cabe duda, sobre todo para la CEOE. Nadie niega que las empresas tengan que tener beneficios. Lo que se discute es que estos tengan que crecer al 20, al 30 o al 40%, mientras el aumento de los salarios no alcanza ni siquiera a compensar el incremento del coste de la vida.