Del BCE, libéranos dómine

Décimo aniversario del Banco Central Europeo (BCE). En general, todos los comentarios al respecto han sido obsequiosos, concediéndole una alta calificación. Sin embargo, las razones que se aducen dejan mucho que desear. Se considera positivo el hecho de que haya mantenido la independencia, pero precisamente esa es una de las grandes lacras que acompañan desde sus inicios al BCE. Querer aislar la política monetaria del resto de la política económica es contradictorio, y construir alrededor de la primera un cordón sanitario para mantenerla al margen de las presiones sociales, antidemocrático.

Se dice que ha sabido controlar la inflación pero, como en casi todas las cosas, hay que preguntarse por el coste. Se ha pagado un alto precio en tasas de crecimiento. Las diferentes políticas seguidas por el BCE y por el Banco de la Reserva Federal han colaborado a una fuerte apreciación del euro respecto del dólar, lo que se ha traducido en un encarecimiento de los productos europeos frente a los americanos y frente a los de todos aquellos países cuyas divisas siguen la evolución del dólar, perdiendo así competitividad. La apreciación del euro ha tenido, sin duda, un efecto beneficioso sobre la inflación a través del precio de las importaciones, pero con un elevado coste: la renuncia al crecimiento, al menos en la cuantía que se hubiese podido conseguir.

Son dos los graves defectos que enmarcan la constitución del BCE y que a lo largo de estos diez años se  han reflejado en sus actuaciones. El primero, su teórica y pretendida autonomía, que le hace irresponsable desde el punto de vista político e independiente de los órganos democráticos y de representación popular. El segundo, en cierta medida unido al anterior, radica en el cometido que se le encomienda: exclusivamente el control de la inflación, desentendiéndose, a diferencia del Federal, del crecimiento y del empleo. Ello ha conducido a que las actuaciones del BCE se sitúen en una perspectiva parcial y sesgada.

La política monetaria como parte integrante de la política económica tiene que moverse en una dinámica equilibrada considerando diversos objetivos, no solo alternativos sino incluso contradictorios, de manera que la persecución de uno de ellos no debe realizarse despreocupándose de los efectos que produce sobre los otros. Considerar únicamente la inflación prescindiendo de las repercusiones que las medidas tomadas tienen en el crecimiento va a conducir a decisiones erróneas y muy perjudiciales.

Por otra parte, la formación de los precios es un fenómeno complejo que en modo alguno se puede reducir a factores monetarios. La prueba más evidente estriba en que los países pertenecientes a la eurozona, a pesar de estar sometidos a una misma política monetaria, presentan tasas de inflación diferentes. Tal vez eso explique por qué en los momentos actuales, a pesar de que el BCE está aplicando una política monetaria muy restrictiva con elevados tipos de interés, la inflación no remite.

Las actuaciones monetarias inciden sobre el PIB nominal, pero lo que resulta difícil de saber es qué parte del impacto afecta al componente precios o al componente real de la economía, de modo que cabe preguntarse si la actual política restrictiva del BCE va a servir para controlar la inflación o más bien para deprimir el crecimiento, tanto más cuanto que este rebrote inflacionario tiene claramente su causa en factores importados: elevado precio del petróleo y de las materias primas. Además, no puede descartarse que la elevación de los tipos de interés no sea en sí misma un factor inflacionario, al incrementar los costes financieros de las empresas. No parece que la causa del actual incremento de precios se encuentre en un aumento de la demanda, sino más bien en una elevación de los costes.  

Las condiciones presentes de los mercados financieros y la consiguiente desconfianza con que se miran mutuamente las entidades financieras han originado un diferencial anómalo entre el tipo de referencia y el euribor (tipo al que se prestan las entidades financieras entre sí), de manera que la política monetaria aplicada tiene un efecto más restrictivo del que tendría en condiciones normales, y mayor quizás del que pretende el propio BCE. En este clima de desconfianza, las imprudentes palabras de Trichet haciendo referencia a un posible incremento del tipo de interés en el mes de julio han tenido un resultado demoledor, alcanzando el euribor un máximo histórico. No resulta difícil de prever el impacto que va a tener sobre las propias entidades financieras y sobre el endeudamiento de las familias y empresas, con lo que habrá que esperar fuertes restricciones de la demanda. ¿Es lógico que a quien es irresponsable democrática y políticamente se le otorgue el poder de poner patas arriba toda la economía europea?