Limpiar la mierda

Estos últimos días, con ocasión del trágico accidente de aviación en el que han perdido la vida los 62 militares españoles, se han suscitado toda clase de interrogantes y se han escuchado múltiples críticas. No obstante, no sé de nadie que se haya planteado la pregunta fundamental, ¿qué pintan nuestros soldados en Afganistán? Vivimos en un mundo de apariencias. Lo políticamente correcto impide que nos interroguemos acerca de las cosas más básicas, si no queremos ser tenidos por radicales lo que inmediatamente descalifica cualquier posición.

Nadie se pregunta qué pintan nuestros soldados en Afganistán porque, bajo el impacto emotivo del atentado a las torres gemelas, todos o casi todos dieron su aquiescencia a la invasión, sancionando con ello una acción tan ilegal y abusiva como la que se ha realizado sobre Irak.

Hace un año de la invasión en Afganistán, pero tras las falaces promesas de libertad, democracia y reconstrucción lo que se encuentra es un panorama igual o peor al anterior de la contienda. Un gobierno títere, el de Karzai, con un ejército que no va más allá de sus guardaespaldas norteamericanos y cuya autoridad apenas se respeta en Kabul. El verdadero poder está en manos de los señores de la guerra, a los que EEUU armó para luchar contra los talibanes. Ahora se han repartido el territorio e imponen en sus respectivas regiones gobiernos tiránicos. No existen infraestructuras, ni líneas telefónicas, ni ferrocarriles; la miseria y el hambre se extienden a toda la población, las condiciones sanitarias son deplorables y en realidad muy poco se conoce de lo que ocurre fuera de Kabul porque casi nadie quiere arriesgarse a salir de la capital. Los soldados norteamericanos y los de la misión internacional viven en estado de sitio, atemorizados por la amenaza terrorista. Amenaza que tiene poco de imaginaria como lo prueba el atentado que los soldados alemanes acaban de sufrir estos días.

EEUU, en su megalomanía y en función de sus intereses, se embarca en aventuras coloniales: destruye países, invade, mata, bombardea; pero, después, invoca a la comunidad internacional, a la ONU, a la OTAN y al resto de las naciones para que limpien la mierda.

Ni misiones humanitarias ni de paz, son, simple y llanamente, ejércitos de ocupación y como tales expuestos al odio de los pueblos y a la violencia, a veces fanática, pero casi siempre generada por otra violencia previa, la del orden internacional impuesto por unos pocos países, cómplices de las abusos del imperio. Realizan una labor de comparsas e incluso de legitimadores de los desafueros y atropellos cometidos.

En Afganistán no se han respetado los más elementales derechos humanos. Ahí continúa Guantánamo, como estigma de degradación de una sociedad que se llama civilizada. La infamia no sólo recae sobre EEUU sino sobre todos aquellos países que, o bien han colaborado en la ofensiva, o bien han dado después cobertura al imperio, disfrazando con teóricas misiones humanitarias sus vergüenzas.

De la vergüenza de Irak también van a participar todos, pues, al final, todos se han plegado ante el chantaje norteamericano. Poco importa que cada vez sean más evidentes las mentiras sobre las que se ha asentado la invasión. Ni armas de destrucción masiva ni peligro para la seguridad mundial. Todos, hasta Francia y Alemania, están dispuestos a asumir el papel de fuerzas de ocupación.

La OTAN, en la reunión celebrada la pasada semana en Madrid, ha dejado claro que quiere convertirse en policía mundial a las ordenes del imperio. Hay que redefinir la OTAN, escribía hace días nuestra ministra de Asuntos Exteriores. Los hombres mueren, las instituciones se niegan a fenecer y se metamorfosean para plegarse a las nuevas circunstancias. El FMI dejó de tener sentido en 1971, cuando se derrumbó el sistema monetario como parte del cual había sido creado, pero evitó desaparecer transformándose en el instrumento privilegiado del liberalismo económico internacional para imponer a los países subdesarrollados las políticas que convienen a las naciones ricas. La OTAN perdió su razón de ser con el final de la guerra fría, pero quiere sobrevivir convirtiéndose en el gendarme del imperio, dispuesto a recoger las basuras que éste va dejando.

Podemos criticar, sí, las deficientes dotaciones materiales con que cuentan nuestras fuerzas armadas, podemos reprochar al Ministerio su negligencia a la hora de garantizar la seguridad de nuestros soldados; pero la verdadera pregunta, la cuestión radical, consiste en saber qué pintan los españoles en Afganistán o en Irak.