El estado de la Nación

Mi hipótesis de que es en el campo de la política donde mejor se cumple la ley de Gresham, se confirma cada día. La moneda mala expulsa a la buena. Los políticos incompetentes terminan desalojando a los más aptos. Solo este principio puede explicar espectáculos como el ofrecido el otro día en el Congreso con motivo del Debate sobre el estado de la Nación. Los hooligans de uno y otro lado chillaban, pateaban, bramaban, aplaudían, jaleaban, según fuese uno u otro el líder que intervenía. Los argumentos apenas contaban, solo la pasión, la emotividad, el espíritu de secta, la bandería.

Tampoco a los contrincantes -a juzgar por sus discursos- parecían importarles mucho los análisis minuciosos, los diagnósticos certeros o los razonamientos ponderados. Su finalidad era, más bien, vencer dialécticamente al oponente sin reparar demasiado en los medios, y aun cuando fuese mediante falacias y sofismas. Lo esencial era la apariencia. De ahí que cada uno tuviese preparada la réplica e incluso la contrarréplica, con independencia de lo que el otro fuese previamente a decir. Zapatero no tuvo ningún miramiento en trastocar la finalidad del Debate. Pretendió transformar lo que debía ser un análisis de la actuación del Gobierno en un juicio al líder de la oposición, como si los fallos o errores de ésta bastasen para justificar los del Ejecutivo.

En la política social y económica las diferencias apenas existen, con lo que al Gobierno, cualquiera que sea su signo, le es fácil defenderse de los ataques de la oposición. Poco tienen qué echarse en cara unos y otros. Resulta lógico, por tanto, que Zapatero pretendiera centrar el debate en esta materia, y que escogiese para ello los datos macroeconómicos en los que se siente muy seguro, como en su día se sentía Aznar. Crecimiento, empleo, estabilidad de precios. La situación, a pesar de los planteamientos triunfalistas del presidente del Gobierno, es bastante más criticable de lo que parece, pero el líder del PP, por compartir los mismos principios y premisas en esta materia, está incapacitado para realizar la reprobación, al igual que lo estaba Zapatero en la oposición.

Los discursos económicos suelen estar adulterados porque atienden casi siempre a una sola parte de la realidad, analizando determinadas variables y olvidando otras. No se trata ya de considerar los riesgos potenciales marcados por el enorme déficit exterior, el endeudamiento de las familias, la baja productividad o el diferencial de precios con Europa, sino que, tras un análisis completo y no superficial, los teóricos logros presentan agujeros que los convierten en algo mucho menos consistente.

Zapatero presumió de las tasas de crecimiento económico, mayores que las de EEUU, Japón y Canadá. Lo que no dijo es que resulta obligatorio poner esta variable en relación con la población, de manera que lo relevante en todo caso es la renta per cápita, y que las tasas de incremento de esta última magnitud en España no están por encima de la media del resto de los países.

El segundo elemento macroeconómico citado por Zapatero fue la creación de empleo. En principio, se trata sin duda de una variable significativa, pero conviene aclarar que no se puede dar la calificación de empleo a cualquier puesto de trabajo, se necesitan unas condiciones laborales adecuadas y un salario digno, y eso es precisamente lo que falta en los puestos de trabajo creados en los últimos años. En gran medida, se orientan a los inmigrantes con salarios y condiciones laborales muy por encima de los de sus países de origen, pero inaceptables para el mundo desarrollado. Se suele afirmar que los inmigrantes asumen los puestos de trabajo que no quieren los nacionales, lo que es también una media verdad, ya que si son rechazados por los españoles es porque se ofrecen con esas condiciones y retribuciones.

La temporalidad continúa en el porcentaje de siempre, en un tercio de todos los empleos, a pesar del interés del ministro de Trabajo y de los agentes sociales por convencernos de lo contrario, en un intento por justificar que el abaratamiento a los empresarios de la contratación laboral a cargo del erario público, establecido en el pacto social, tiene un efecto positivo.

Esta generación de empleo basura fuerza a la baja otros muchos salarios, de manera que la distribución de la renta evoluciona en contra de los trabajadores y a favor del excedente empresarial. La renta per cápita puede crecer, pero ello no significa que la mayoría de los asalariados se aprovechen de tal incremento. En muchos casos la subida de sus retribuciones se sitúa incluso por debajo del aumento del coste de la vida y, desde luego, son pocos los que se benefician en términos reales de esa tan cacareada bonanza económica, que en su totalidad favorece a las empresas y al capital.

Ni este Gobierno ni el anterior pueden vanagloriarse de practicar una política social efectiva. Las escasas medidas sociales adoptadas por uno y por otro, además de orientarse a colectivos muy reducidos, resultan totalmente incapaces de compensar el aumento de desigualdad en el reparto de la renta generado por la política económica en los últimos años. La política redistributiva es una función de segunda derivada, actúa sobre una distribución previamente realizada y cuando ésta es radicalmente injusta es difícil que aquélla pueda compensarla. Y no cabe duda de que resulta imposible si encima se practica una política fiscal regresiva, tal como ha hecho el Gobierno al confirmar e incluso superar la que el PP realizó en la pasada legislatura.

No, las dos principales fuerzas no pueden reprocharse nada o casi nada en política económica y social. Con pequeñas variaciones, practican estrategias similares. Por eso, por mucho que le conviniese al presidente del Gobierno, era difícil que el Debate se plantease en ese terreno. Hoy, el principal enfrentamiento entre los dos partidos mayoritarios se produce en el ámbito de la política territorial y en su corolario, el terrorismo. Es en este campo donde se están manifestando las verdaderas diferencias, quizás porque el PSOE de Zapatero ha abandonado, dando un giro de ciento ochenta grados, lo que era la postura tradicional en esta materia del partido socialista.

Sería preferible, por supuesto, que el debate político se realizase en términos clásicos, de izquierdas y de derechas, pero esa dialéctica hace tiempo que finalizó en nuestro país y, por decirlo todo, quizás también en Europa. Hoy se quiere mantener la ficción, pero no es más que eso, apariencia, comedia, teatro. Hoy la lucha se plantea entre nacionalistas y no nacionalistas. Y, por desgracia, estos últimos van ganando la contienda. Ese es el verdadero estado, la situación de lo que en algún tiempo quizás fue nación y, lo que es más importante, Estado.