Entre todos la mataron

Entre todos la mataron y ella sola se murió. Eso es lo que ha pasado con Endesa. El vodevil parece que llega a su fin; pero, a lo largo de todo este proceso y especialmente en el acto final, deja al descubierto las enormes falacias que impregnan el discurso político en materia económica. Si hay alguna idea que se repite en este discurso -siempre, claro está, de manera interesada-, es la de la globalización de la economía, la internacionalización del capital y de las empresas. Éstas, se dice, no tienen nacionalidad y, sin embargo, a la hora de escoger una alternativa, cada uno intenta defender su opción argumentando en función de la localización de las corporaciones. Todos pretenden llevarse el agua a su molino. Nada más curioso que unos y otros recurran al patriotismo, un patriotismo empresarial y financiero, tanto más incongruente cuanto que estamos hablando de empresas privadas.

Resulta difícil ver en el origen de la teoría de los campeones nacionales algo más que los intereses de este Gobierno en su desastrosa política territorial, y una parte del precio a pagar por el apoyo del tripartito y del nacionalismo catalán. El hoy ministro del Interior disipó hace tiempo toda duda al aducir frente a Esquerra Republicana que la operación de Endesa equivalía a la mitad del Estatuto.

Hablar de campeones nacionales en una economía globalizada y bajo el supuesto de libertad absoluta de circulación de capitales carece de sentido. A no ser a través del capital público, no hay manera posible de garantizar que las empresas permanecerán en manos nacionales. Pero es que, además, a los ciudadanos poco les afectará que el capital sea nacional o extranjero. En uno u otro caso, si el capital no es público, el poder del consumidor será el mismo. Por poner un ejemplo, no creo yo que los clientes del Banco Santander se encuentren más satisfechos que los de ING direct.

El desenlace de la farsa ha hecho obvia la dificultad para controlar, en estas condiciones, una sociedad después de privatizarla; por supuesto, para el Estado, pero también para el partido que la privatizó. El PP se engañó al creer que iba a seguir controlando, mediante testaferros convenientemente blindados en el Consejo, las empresas que había privatizado. ¿Durante cuánto tiempo es posible mantener esta situación? Además, quién asegura que quien hoy es de su confianza lo seguirá siendo mañana. El caso de Telefónica también fue significativo.

El PSOE, y más concretamente algunos genios de la Moncloa , tan geniales que abogaron por el tipo único en el IRPF, también se equivocaron creyendo que por estar en el Gobierno podían manejar a su antojo una empresa privatizada y convertirla en moneda de cambio en sus negociaciones con los catalanes. La realidad les ha venido a demostrar lo contrario. Después de haber justificado su postura en los efectos tan negativos que tendría para los intereses españoles que Endesa fuese adquirida por una empresa alemana, han tenido que santificar que caiga en manos de una empresa italiana.

Especialmente llamativo es el discurso adoptado por el Partido Popular. Ahora se lamentan y sollozan porque, según dicen, se trocea la primera eléctrica española. ¿Qué esperaban, después de privatizarla?, ¿dónde queda toda esa palabrería acerca de la economía global y del capitalismo internacional? No había más que una posibilidad de que Endesa fuese controlada por la sociedad española y es que hubiera continuado siendo pública. Solo las empresas públicas tienen nacionalidad. Solo de las empresas públicas se puede afirmar en realidad que son españolas, francesas, alemanas o italianas. Las demás, las privadas, son únicamente de algunos españoles, italianos, franceses o alemanes, y en un sistema en cuya tabla de valores se respeta hasta tal extremo la propiedad que está prohibido poner trabas al capital, las empresas cambiarán de manos, se trocearán o se fusionarán según se les antoje a sus propietarios, sin tener en cuenta la conveniencia de los ciudadanos, de los trabajadores y de los consumidores.

Otra enseñanza nos ha dejado el affaire de Endesa, y es comprobar que la necesidad de las privatizaciones únicamente nos la habíamos creído y practicado en España. En el resto de los países europeos, al margen de manifestaciones teóricas, se esfuerzan por mantener el control público en el capital de las empresas estratégicas.

El hecho de que la cotización de las acciones de Endesa se haya duplicado representa un anuncio de lo que van a tener que pagar los consumidores en el futuro. Lo que unos pocos, los accionistas, han ganado es preludio de lo que otros, la gran mayoría, van a tener que soportar. Pero el incremento de precios de las acciones es también la expresión del expolio que para la sociedad española han constituido las privatizaciones de las grandes empresas. De este abuso, sin duda, han sido responsables y artífices los gobiernos del PP, pero conviene no olvidar que ello tan solo fue posible porque desde el PSOE antes se había ya desarmado a la izquierda, justificando las privatizaciones.