Lapsus linguae

Hace más de medio siglo que Freud preconizó que las aparentes equivocaciones verbales -lapsus linguae- no lo son tanto y que en la mayoría de los casos sacan a la luz motivaciones inconscientes que de forma consciente nunca nos atreveríamos a expresar. Viene esto a cuento de lo afirmado el otro día por el presidente Bush en su arenga de turno: “Nuestros enemigos son imaginativos y están llenos de recursos; nosotros también. Nunca dejan de imaginar nuevas maneras de perjudicar a nuestro país y a nuestro pueblo; nosotros tampoco”.

Parece ser que meteduras de pata como ésta son frecuentes en los discursos del presidente americano, hasta el punto de que se ha acuñado el termino “bushismo” para designarlas. Pero, al margen de sus escasas dotes oratorias, este supuesto desatino de Bush ha podido ser una de las escasas verdades contenidas en sus discursos, pues, parafraseando a Churchill, nunca tan pocos han infringido tanto daño a tantos. En primer lugar a su propio país y a su propio pueblo. La sociedad americana puede ser consciente de ello o por el contrario, presa de la propaganda gubernamental y de su propia paranoia, continuar encerrada en su torre de cristal; pero lo cierto es que está pagando un alto precio por haber elegido, aunque sea con pucherazo, a este presidente, y aún puede pagar más si comete de nuevo la equivocación de reelegirlo.

El nombre de América nunca ha sido tan odioso como ahora, no sólo para el mundo árabe, donde habrá de pasar largo tiempo antes de que olviden las atrocidades cometidas, sino para muchos otros ciudadanos que han contemplado con repugnancia el comportamiento de EEUU y el de sus propios países forzados por la presión y el chantaje americanos. El nombre de América irá unido durante muchos años a la vergüenza de Guantánamo y a las torturas de Abu Ghraib. La sociedad americana está pagando también un importante coste en vidas humanas, en especial las clases sociales más humildes de las que se nutre las fuerzas armadas.

Incluso desde el punto de vista puramente material y crematístico, el saldo es totalmente negativo. Por supuesto los enormes gastos militares generados van a caer como una losa sobre el presupuesto americano. Pero es que, además, ni siquiera el objetivo último y menos confesable de la invasión de Irak, el petróleo, se está alcanzado, más bien todo lo contrario. Si lo que se pretendía era asegurar un suministro barato del combustible, se han equivocado por completo. Hoy, la economía mundial sufre las incertidumbres que se ciñen sobre este sector. Muchos son los factores que los analistas aducen para intentar explicar los altos precios que está alcanzando el crudo; pero todos ellos no tendrían quizás demasiada importancia si no fuera por la situación en que se debate Irak. No sólo es que en los momentos actuales este país no pueda garantizar siquiera el suministro de antes de la invasión, sino que la inestabilidad creada en todo el Oriente Medio, región de donde proviene el 50% de las extracciones, desata todo tipo de tensiones especulativas. La amenaza terrorista, lejos de reducirse, se ha incrementado y sobre todo ha encontrado un nuevo objetivo en el que el mundo occidental es especialmente vulnerable: las instalaciones petrolíferas. Ante este panorama, suenan sarcásticas aquellas promesas que el gobernador de Florida y hermano del presidente de EEUU hizo en nuestro país sobre los muchos beneficios que iban a seguirse de la invasión.

Bush tiene motivos para afirmar, aunque sea inconscientemente, que su Administración no deja de imaginar maneras para perjudicar a su país y a su pueblo. Aunque únicamente fuera por egoísmo, los ciudadanos americanos deberían pensárselo mucho antes de reelegirlo. Pero dado el papel que EEUU ocupa en el orden -más bien desorden- internacional, su decisión no sólo va a afectarles a ellos, sino a todo el mundo. Será difícil que si a pesar de todo Bush sale reelegido, la sociedad americana pueda evitar que se la vea como cómplice y colaboradora de los crímenes de sus mandatarios.