Planes de estímulo o políticas de ajuste

       La próxima reunión del G-20 está fijada para noviembre en Seúl, pero comienzan ya los preparativos y los distintos países perfilan sus posiciones. Se prevé el enfrentamiento de dos posturas contrapuestas. Por una parte Japón y EE.UU., que defienden la necesidad de continuar con los estímulos fiscales. Obama acaba de anunciar un ambicioso plan de infraestructuras que se acometerá a lo largo de los seis próximos años. Por otra, Europa que tras instrumentar en sus diferentes Estados medidas de ajuste pretende exportarlas al resto de los países, especialmente a EE.UU. y a Japón.

 

Cabría preguntarse si la postura en el viejo continente es uniforme entre todos sus miembros. Aparentemente sí, y si hay discrepancias no salen al exterior. Todos se han convertido a la santa ortodoxia impuesta por Alemania y el Bundesbank. Gobiernos como el español no podrán luego escudarse en Europa para justificar su política. Habría que preguntarse también qué les ha hecho cambiar tan radicalmente de opinión. Afirman que los mercados, pero eso no es cierto. Si la Eurozona hubiese permanecido unida, nadie se hubiese atrevido a  especular contra el euro o contra la deuda de un país miembro. Ha sido Alemania y su negativa de acudir en apoyo de Grecia lo que precipitó la ofensiva de los mercados.

 

Europa se encuentra apoyada en sus posiciones por el FMI que si bien defendió durante un periodo breve de tiempo políticas expansivas, ha retornado a sus posiciones de siempre. La cabra tira al monte.

 

Japón y EE.UU. señalan con razón el peligro de que una política restrictiva generalizada nos introduzca de nuevo en la recesión mundial o al menos paralice la recuperación. Alemania es presa de un espejismo. Si en estos momentos está creciendo al 2 ó 3 por ciento se debe íntegramente a las exportaciones; en cierta medida a que otros países no han instrumentado políticas de ajuste como las que recomienda. Si éstas se generalizasen a todos los países, la economía alemana sería la primera perjudicada.

 

Pero unos y otros, a mi entender, yerran el golpe, porque ni los planes de estímulo ni las políticas de ajuste pueden solucionar los problemas económicos si antes no se modifica la errática estructura de tipos de cambio. Mientras la divisa china, el yuan y todas las monedas que la siguen continúen artificialmente infravaloradas sus productos y artículos invadirán el resto de países, y será difícil que estos puedan recuperarse. Los mismos planes de estímulo de Japón o de EE.UU., lejos de reanimar sus economías, servirán únicamente para que se mantenga el crecimiento de China o de Alemania.

 

Los defensores de la teoría del libre cambio, ante la objeción de que su adopción podría ocasionar fuertes desequilibrios en las balanzas de pagos, argumentaban que éstos se ajustarían mediante la modificación de los tipos de cambio. En estos momentos, la libertad de comercio ha generado enormes déficits en unos países y cuantiosos superávits en otros, pero no se percibe voluntad de modificar las cotizaciones de las divisas. La postura de China y el contrasentido de una unión monetaria entre países diferentes lo impiden. China y Alemania, por ejemplo, deberían revalorizar su divisa frente el dólar. España, por el contrario, debería devaluar la suya frente al dólar, el yuan y la propia divisa alemana. Pero ¿cómo hacerlo si Alemania y España tienen la misma moneda? Por otra parte, nadie parece estar dispuesto a meter en vereda a China. Hay demasiados intereses en juego y mucha gente está haciendo ingentes negocios en el país asiático. Ahora bien, tal situación a medio plazo resulta insostenible, con lo que hará difícil la recuperación de la economía mundial o, en todo caso, la amenaza de una crisis de igual o mayor intensidad que la que atravesamos estará siempre presente.