Justicia infinita

El domingo pasado, a las seis y media de la tarde, hora española, se iniciaba el ataque a Afganistán, acción a la que sólo se puede calificar de inicua y repudiable: el mayor aparato bélico conocido bombardeaba durante toda la noche a un país sin defensas, y casi en ruinas.

Esta ofensiva militar, repetida en los días posteriores, de ninguna manera puede recibir el nombre de legítima defensa, teniendo en cuenta la desproporción entre acción y reacción y la ausencia de coincidencia entre los que cometieron el atentado y a los que se dirigen los bombardeos. Las injusticias no se subsanan cometiendo nuevas injusticias. La salvajada ejecutada el 11 de septiembre no puede de ninguna manera servir de justificación a otra atrocidad: la de bombardear una población civil indefensa e inocente. Y que no se diga que son efectos colaterales. La maldad intrínseca de todo terrorismo radica en que el fin jamás puede justificar los medios, pero esto tanto vale para el que se comete contra el Estado, como el que se comete desde el Estado.

Pero es que, además, en este caso, todo parece apuntar a que la operación es inútil, y sirve únicamente para dar satisfacción al orgullo herido de los ciudadanos americanos y para silenciar los errores y, por lo tanto, la culpabilidad de una administración que a pesar de su soberbia y prepotencia ha mostrado niveles altos de ineficacia. Nadie seriamente puede creer que al terrorismo se le combata con bombas y con misiles. La finalidad, por tanto, es otra, ante la lógica indignación popular por los atentados, la administración Bush ya que no ha sabido evitarlos se ha visto en la necesidad de crear un enemigo, fuese el que fuese, y dar una respuesta contundente.

Lo más hiriente de este caso es que uno tiene la impresión de que hay víctimas de primera y víctimas de segunda, o, más bien víctimas de último grado. Parece ser que no todas son iguales ni merecen la misma atención. ¿Cómo no estremecerse y conmoverse ante los seis mil muertos en las torres gemelas? Pero esta angustia y congoja no tienen porqué ser mayores que aquella que tendríamos que experimentar ante los miles de personas que diariamente mueren víctimas de cataclismos, de las hambrunas y de las guerras en los diferente lugares del planeta, y que generalmente pasan desapercibidos u ocupan una pequeña nota en los diarios. Afirmar, tal como se ha dicho, que después del 11 de septiembre nada será igual, que la historia ha cambiado, es de un infantilismo al tiempo que de una soberbia, difícilmente explicables.

¿Es que el medio millón de niños muertos en Irak a causa del bloqueo letal impuesto por EEUU, no merecen nuestra conmiseración? Porque lo cierto es que EEUU y el resto de los países que se denominan sus aliados, han tenido y tienen bastante que ver en gran parte de los conflictos generadores de ese gran número de víctimas. En la inestabilidad y contiendas del Oriente Medio algo sin duda han influido el reparto colonial tras la primera guerra mundial y la continua injerencia en función de sus intereses económicos y geopolíticos de los países desarrollados. Los monstruos, como en el caso de Frankenstein, se rebelan contra su creador. ¿Acaso Sadam Hussein no ha sido durante muchos años el protegido de EEUU, que veía en él un contrapeso al fundamentalismo de la vecina Irán, y el mismo Osama Bin Laden no es creación de la propia C.I.A.?

Tal como el domingo escribía Arundhati Roy en un periódico de tirada nacional "Los atentados del 11 de septiembre fueron una monstuosa advertencia de que el mundo marcha horriblemente mal. Ese mensaje lo podría haber escrito Bin Laden (¿quién sabe?) y haberlo repartido sus correos, pero también podría ir firmado por los fantasmas de las víctimas de las antiguas guerras de América. Me refiero a los millones de muertos habidos en Corea, Vietnam y Camboya, los 17.500 muertos que se produjeron cuando Israel apoyado por los Estados Unidos invadió el Líbano, los 200.000 iraquíes fallecidos en la operación tormenta del desierto, los miles de palestinos que han muerto luchando contra la ocupación de la Franja Oeste. Y a los millones de muertos de Yugoslavia, Somalia, Haití, Chile, Nicaragua, El Salvador, la República Dominicana, a manos de terroristas, dictadores y genocidas a quienes el Gobierno de los Estados Unidos apoyó, entrenó, pagó y suministró armamento. Y todo esto está muy lejos de ser una lista exhaustiva."

Tal enumeración, de ninguna manera justifica la atrocidad de los atentados del 11 de septiembre, pero de la misma forma éstos no pueden legitimar bajo ningún punto la acción militar acometida contra Afganistán y mucho menos, si cabe, la extensión a otros Estados, como parece desprenderse de la última comunicación de EEUU a la ONU.