Cinismo social

Nuestra sociedad se ha acostumbrado a vivir con un importante grado de cinismo, se escandaliza con los resultados, pero acepta alegremente las causas. Políticos, medios de comunicación, opinión pública en general, han vibrado estos días con la tragedia de Murcia. De pronto han descubierto la situación de miseria y esclavitud que padecen la mayoría de los extranjeros que acceden a nuestro país buscando un ínfimo puesto de trabajo. Se sublevan contra la injusticia y el sufrimiento de esta pobre gente, pero al mismo tiempo asumen y defiende los principios y postulados económicos que generan tal estado de cosas.

Muchas han la sido las voces de protesta a causa de la existencia aun en nuestro país de múltiples pasos a nivel sin barrera. Se ha criticado al gobierno, a éste y al otro, por no haber presupuestado los recursos suficientes para que tales modificaciones se realizasen; pero esas mismas voces son las que se deshacen en elogios cuando se propone reducir los impuestos y limitar el gasto público. ¿Es que acaso piensan que el recorte en las partidas presupuestarias no va a tener, antes o después, incidencia en temas vitales para el ciudadano? ¿Suponen tal vez que admitir como única vía de conducta la rentabilidad económica no implica que sean, precisamente, servicios tales como los pasos a nivel los que quedan desatendidos? Someter todo a las reglas del mercado, al principio de la competencia, asumir la liberalización absoluta de la economía y propiciar el deterioro y descrédito de todo lo público, reduciendo más y más las partidas de gasto, conduce inexorablemente a resultados como el de Murcia, o el de las vacas locas. No podemos extrañarnos después si los accidentes, las catástrofes y las tragedias son cada día más habituales. La vida humana no cotiza en la bolsa.

Hoy, Europa entera está alarmada por los muy frecuentes casos de cáncer entre los soldados desplazados en misiones de paz a los Balcanes y el posible contagio radiactivo que hayan podido sufrir. Es ahora cuando la ONU se preocupa del nivel de radiactividad en la zona. Ahora nos enteramos de que las bombas de la OTAN contenían uranio, pero pocos, muy pocos, se opusieron entonces a los llamados daños colaterales. En estos momentos los mandatarios de los principales países europeos sacan pecho y exigen explicaciones. Lo hacen cuando las consecuencias pueden recaer sobre los ciudadanos de sus países y, por lo tanto, catalizar la opinión pública en su contra. Pero todos ellos respaldaron y apoyaron las acciones militares en Yugoslavia, y dieron carta blanca a Estados Unidos y a Solana; y aún es más, premiaron la magnífica actuación del secretario general de la OTAN, al nombrarle Mr. Pesc.

Todos, los de la derecha como los de la izquierda, hemos hecho profesión de progresia abogando por la eliminación del servicio militar obligatorio. No queremos que nuestros hijos vayan a la mili. Pero ello no impide que defendamos la existencia del ejército y de nuestra permanencia en la OTAN. Hemos encontrado una solución sencilla: ejército profesional; en realidad la de siempre, que sean las clases bajas, las que no disponen de otro puesto de trabajo, las que se ocupen de esta función desagradable y peligrosas. En Estados Unidos principalmente se la encomienda a los negros y a los chicanos. Aquí dentro de poco serán también los negros y los latinoamericanos los que servirán en nuestros gloriosos tercios. Retrocedemos a principios del siglo XX, a la guerra de Africa. La diferencia es que entonces los socialistas gritaban: "O todos o ninguno" y ahora ya no hay socialistas que griten.