¿Quiénes son los mercados?

Últimamente una expresión se ha adueñado del discurso, al menos del económico, "los mercados". Es una realidad ambigua, difusa, tras su aparente homogeneidad; constituye un conglomerado de los sujetos y de las instituciones más dispares y con intereses también diferentes.

 

Los mercados están integrados, sin duda, por una multiplicidad de agentes nerviosos, estresados, obligados a obtener el mayor rendimiento para los recursos que manejan, la mayoría de ellos ajenos, y propensos siempre a modificar sus posiciones ante cualquier rumor, información o signo. Sus decisiones pretenden ser racionales, pero normalmente son exageradas hasta convertirse en movimientos compulsivos e histéricos. Es lo que Soros denomina reflexividad. Es decir, que las decisiones de los analistas condicionan y modifican el propio objeto del análisis. Tal situación se agrava en las condiciones actuales. La libre circulación de capitales multiplica hasta el infinito el número de operaciones y las nuevas tecnologías de la información acortan enormemente los periodos de respuesta y los dotan de automatismo.

 

Helmut Schmidt, ex canciller de Alemania, ha descrito así a los que llama idiotas especializados: “Si usted mira a lo que se denomina mercados, lo que ve es un grupo de jóvenes de menos de cuarenta años en mangas de camisa siempre con los oídos prestos a escuchar la última historia de lo que ocurrirá mañana en Washington, para comprar o vender dólares”.

 

Los mercados son también esos grandes inversores, que asumen el papel de jugadores de un gran casino, ya que sus operaciones son simples apuestas. No se limitan a jugar, sino que emplean enormes cantidades de recursos para manipular el mercado a la baja o al alza según hayan sido sus posiciones. Normalmente especulan contra una divisa, un título, contra los bonos soberanos de un país. La mayoría de las veces escogen a su víctima con cierto fundamento. En este sentido, su comportamiento es racional. Bien es verdad que la racionalidad se encuentra exclusivamente en la finalidad lucrativa de las inversiones, pero no en los movimientos ni en las cotizaciones que origina en los valores. Caso paradigmático fue la maniobra que a principio de los noventa llevó a cabo Soros contra el Sistema Monetario Europeo (SME). Consiguió una enorme fortuna forzando la devaluación de monedas como la libra y la lira. Partía, sin duda, de un hecho objetivo, la irracionalidad del SME y de la relación de tipos de cambio que, de forma irreal, mantenían las divisas de determinados países.

 

En los momentos actuales, la presión frente a la deuda soberana de algunos Estados obedece a motivos similares. También ahora existe un hecho objetivo: las contradicciones de la Unión Monetaria, la irracionalidad de que ciertas naciones como Grecia, Irlanda, Portugal o España, incluso Italia, mantengan el mismo tipo de cambio que Alemania y la imposibilidad que todos estos países tienen para devaluar, realidades que pronostican para el futuro un panorama negro en su crecimiento. Lo que además les hace vulnerables es no contar con un banco central propio que los respalde.

 

También forman parte de los mercados aquellas personas o instituciones que por su relevancia influyen en ellos. Cuando Merkel propone que en caso de insolvencia los tenedores de deuda asuman parte del coste, da a entender que esta insolvencia es posible. ¿Cómo no esperar que los inversores huyan (o exijan un sobreprecio) de los títulos de aquellos países que se supone que pueden necesitar el fondo de rescate? ¿Podemos imaginar qué situación se produciría en cualquier banco, por buena que fuera su situación, si el ministro de Hacienda de turno afirmase que en caso de dificultades los depositantes sólo recuperarían parte de sus depósitos? Es evidente que todos los clientes se apresurarían a sacar el dinero del banco, con lo que éste entraría, sin duda, en suspensión de pagos o incluso en quiebra.

 

Por último, forman parte de los llamados mercados, sin pertenecer en realidad a ellos, todos los que se proclaman sus voceros y los interpretan según sus conveniencias e intereses: mandatarios internacionales, burócratas de la Unión Europea, de la OCDE, del FMI o del Banco de España, grandes empresarios, medios de comunicación nacionales y extranjeros... Quieren hacer creer que son portavoces de los deseos de los mercados, pero más que interpretar lo que pretenden es aprovecharse de su presión para obtener aquellas reformas que quizás nada tengan que ver con las motivaciones del mercado, pero que benefician a las clases altas frente a la mayoría de los ciudadanos: disminución del gasto público, reducción de las pensiones, reforma laboral, etc. Para conseguir sus propósitos no tienen ningún reparo en pintar la realidad con rasgos catastrofistas e influir en los mercados para que continúen presionando.