Vuelven por Navidad

Los fondos de pensiones, como el turrón, vuelven a casa por Navidad. Y es que es en estas fechas cuando todas las entidades financieras se lanzan a promocionar estos productos, prometiendo cada cual mayores gangas. Sería realmente ilustrativo conocer qué porcentaje de las cantidades aportadas se efectúa en el mes de diciembre. Su elevada cuantía, sin duda, es señal inequívoca de lo que por otra parte ya sabemos, que la única razón por la que se invierte en los fondos de pensiones es la desgravación fiscal y que sin ella se desharían cual azucarillo, dejarían de existir. Lo han afirmado sin ningún pudor sus defensores en el revuelo formado a consecuencia de unas declaraciones del secretario de Estado de Hacienda y Presupuestos, en las que se cuestionaba, y a mi entender con toda lógica, el sentido de incentivar fiscalmente, frente a cualquier otra, esta forma de ahorro. Pero precisamente que no puedan existir sin desgravación fiscal indica bien a las claras su levedad y falta de consistencia.

Los planes privados de pensiones surgen al pairo de las pensiones públicas con la pretensión de ser su alternativa. Se comienza con un discurso tramposo acerca de la inviabilidad del sistema público -por otra parte fácil de desmontar-, y se continúa proponiendo como solución los fondos privados. Pero cuando se rasca en ellos para ver lo que significan se descubre que sólo hay humo y desgravación fiscal. El pensamiento único no ofrece más alternativa al sistema público que la de que ahorremos a lo largo de toda nuestra vida. ¡Vaya descubrimiento! Pero entonces al menos que nos dejen en paz y no nos digan cómo tenemos que ahorrar.

Los planes privados de pensiones constituyen tan sólo una forma en la que materializar el ahorro, y no por cierto de las mejores para el ahorrador, aunque sí extremadamente beneficiosa para las entidades financieras, a las que su carácter de recursos cautivos concede un gran poder; mientras que el partícipe pierde el control de sus ahorros y desconoce en realidad en qué valores están materializados. Las gestoras y los depositarios, es decir las entidades financieras, se apropian de la mayor parte de la rentabilidad. El partícipe, sin embargo, verá incluso reducirse sus depósitos en términos reales, a no ser que opte por fondos de alto riesgo que no son la vía más apropiada para garantizar la contingencia de la jubilación.

Existe otro factor a considerar que también planteó con acierto Fernández Ordóñez: la desgravación fiscal a los fondos de pensiones es profundamente regresiva, y beneficia en exclusiva a las rentas altas. En primer lugar, porque toda rebaja fiscal al ahorro incide únicamente, como es lógico, en aquellos que tienen capacidad de ahorro; y, en segundo lugar, porque al tratarse de una deducción en la base el porcentaje de desgravación es mayor cuanto mayor sea el tipo marginal, es decir, mayores los ingresos del contribuyente. Es posible que los fondos de pensiones afecten a cinco millones de personas, pero desde luego no en la misma cuantía. El mayor volumen de las participaciones se concentra en los ciudadanos de rentas altas y medias altas. Sólo a los que tienen un tipo marginal elevado la desgravación fiscal puede compensarles de las otras desventajas ya señaladas. El hecho de que contribuyentes con ingresos relativamente bajos hayan aportado pequeñas cuantías únicamente puede explicarse por una publicidad engañosa y una campaña de desinformación.

Las reflexiones del secretario de Estado fueron racionales y moderadas. No obstante, levantaron una tempestad de críticas. Por su origen podemos conocer los intereses en juego; ellos mismos lo dijeron, sin desgravación fiscal desaparecen.