El endeudamiento de las familias

El BBVA a través de su servicio de estudios ha restado importancia al enorme endeudamiento de las familias españolas. No hay que dramatizar -dicen-, el nivel no es preocupante. Es una opinión extendida últimamente en los ámbitos del poder económico y en los aledaños de la derecha. Parten de la teoría de que la situación patrimonial de las familias es holgada, dado que, aunque han incrementado considerablemente la deuda, también sus activos inmobiliarios se han revalorizado. No habrá dificultades a no ser que los tipos de interés se eleven de forma sustancial, cosa que no es probable al menos a corto plazo.

El único problema que parecen contemplar es el de la insolvencia. Si los tipos de interés sufrieran una elevación considerable y las familias no pudieran hacer frente a los créditos hipotecarios, ello repercutiría negativamente sobre el mercado inmobiliario, que se desplomaría generando una crisis bancaria y financiera de efectos difícilmente calculables. Éste es sin duda el escenario más catastrófico, pero por eso mismo el menos probable. Hay que estar de acuerdo con ellos en que no es previsible que los tipos de interés se eleven a corto plazo, y aun cuando se elevasen a plazo medio no lo harían en niveles tan importantes como para hundir el mercado inmobiliario y provocar una crisis financiera. Pero que esta situación sea poco factible no implica que no existan otros peligros quizás de menor relevancia pero mucho más verosímiles.

En primer lugar, causa extrañeza que los mismos que anuncian todo tipo de cataclismos si se incrementa el endeudamiento público contemplen tan tranquilos y nieguen la importancia del endeudamiento privado. La verdad es que puestos a elegir yo me quedo con el público antes que con el privado, prefiero que se endeude el Estado a que tenga una situación muy saneada, pero a costa de restringir los servicios y las prestaciones sociales de tal manera que las familias se vean obligadas a hipotecarse.

El crecimiento de los últimos diez años ha estado fundado en buena medida sobre el consumo y el endeudamiento de las familias. Podría pensarse que este endeudamiento ha sido positivo porque ha permitido el crecimiento, y lo sería si pudiese ser infinito pero, como todo endeudamiento, tiene un límite y el gasto de hoy lógicamente impide y coarta el gasto de mañana. Podemos afirmar que estamos creciendo a crédito, crédito que antes o después tendremos que pagar con menor crecimiento en el futuro. Y eso tanto si se trata de endeudamiento público como de endeudamiento privado.

Sólo hay una forma de escapar de este fatal desenlace y es cuando se cumplen los presupuestos keynesianos; es decir, que de una u otra manera el mayor gasto se traduzca en inversión en sentido amplio, o lo que es lo mismo, que los mayores gastos de hoy se conviertan en mayores ingresos en el futuro. En lenguaje keynesiano, “cebar la bomba”. La situación económica actual ofrece muchas dudas acerca de que se esté produciendo en realidad este fenómeno. Después de bastantes años en los que el crecimiento se ha fundamentado únicamente en el consumo y en la construcción, ni la inversión en bienes de equipo ni el sector exterior ni el sector público parecen decidirse a tomar el relevo, lo que genera importantes incertidumbres de cara al futuro. Pero no ahora porque gobierne el PSOE, como plantean algunos, también antes cuando lo hacía el PP.

Afirmar que la situación de las familias es desahogada porque los inmuebles se han revalorizado carece de todo sentido. Tal revalorización apenas tiene efectos para la mayoría de las familias, que lógicamente no pueden vender su vivienda y si la vendieran tendrían que comprar otra al menos por el mismo precio. Lo que sí va a tener sin duda efecto sobre los planes de gasto futuro son los enormes préstamos a que se han comprometido por dilatado espacio de tiempo y que reducirán su capacidad económica durante casi toda su vida. ¿Cómo negar que este fenómeno va a afectar al crecimiento en los próximos años?