El discurso falaz de Merkel

Sarkozy, no contento con refundar el capitalismo, ahora quiere refundar también la Unión Europea. Echémonos a temblar. Algunas refundaciones dan miedo. Es mejor que nos dejen como estamos. Se ha puesto de moda afirmar que la Unión Monetaria no es viable sin unión fiscal, lo que resulta una verdad evidente. La pena es que muchos de los que ahora lo proclaman no lo hiciesen en su momento, antes de la creación del euro. Por ejemplo, Delors y todos los que componían el gobierno español cuando se aprobó el Tratado de Maastricht. Entonces ni siquiera se aceptó una armonización fiscal y, sin embargo, todos se mostraron exultantes y se conformaron con los raquíticos fondos de cohesión.

Me temo, sin embargo, que las palabras y el lenguaje se trastocan una vez más y se emplea la expresión unión fiscal de forma caricaturesca y distorsionada. Así lo hace, desde luego, la señora Merkel cuando la reduce al mero control del déficit público. ¿Cómo se puede hablar de unión fiscal si los países tienen sistemas impositivos totalmente diferentes, con exenciones, deducciones y tipos divergentes, y juegan entre ellos al dumping fiscal? Además, aun cuando se lograse la armonización, estaríamos muy lejos todavía de ser unión fiscal. La armonización debería haber sido un paso ineludible antes del Acta Única y de haber aceptado la libre circulación de capitales, pero resulta insuficiente tras la Unión Monetaria. Ante las divergencias en las economías reales y la imposibilidad de devaluar, se precisa una Hacienda Pública común capaz de asumir una adecuada función redistributiva entre las regiones, y un presupuesto comunitario cuantitativamente significativo equivalente al de cualquier Estado, con potentes impuestos propios y con capacidad para atender los gastos y las prestaciones sociales de toda la Unión.

Una verdadera unión fiscal es la que se ha realizado entre las dos Alemanias, por cierto financiada en buena parte por el resto de la Unión Europea. Claro que no es esta la unión fiscal que Merkel propone, ni la que está pensando para Europa. Nunca aceptaría una transferencia de recursos tan importantes entre países ricos y pobres como la que se seguiría de tal integración. Pero sin esta unión fiscal, la Unión Monetaria deviene imposible porque lo que ahora se está produciendo es una transferencia de fondos -quizá de cuantía similar- en sentido inverso, transferencia a través del mercado, opaca y encubierta, pero no por eso menos real. El mantenimiento del mismo tipo de cambio entre Alemania y el resto de los países empobrece a estos y enriquece a aquella; genera un enorme superávit en la balanza de pagos del país germánico mientras que en las de las otras naciones se genera un déficit insostenible. Se crea empleo en Alemania y se destruye en los demás países miembros.

En contra de lo que se cree, no son Alemania ni los demás países del norte los paganos de esta situación. No han avalado por un euro más que lo que les corresponde proporcionalmente a su tamaño, es decir, exactamente igual que Francia, España, Italia, Bélgica, etc. A los países rescatados (más que rescatados, hundidos) tales como a Grecia, Irlanda o Portugal, tampoco se les ha regalado nada, se les ha prestado el dinero a un tipo elevadísimo, y todo ello a cambio de perder la soberanía popular y por la única razón de que el BCE, por la presión de Alemania, no actúa como un verdadero banco central.

No, Alemania no es la pagana, sino la beneficiaria y receptora de fondos. En primer lugar, porque, gracias a tener atados de pies y manos a los otros países, se está financiando a un tipo privilegiado, que tiene como contrapartida las altas tasas de interés que los demás tienen que pagar. En segundo lugar y principalmente, porque, al mantenerse fijo el tipo de cambio, la economía alemana gana competitividad mientras que el resto de los países la pierden. Los problemas no provienen de los dispendios y derroches de los países del sur como quiere hacer ver la canciller alemana, sino de las implicaciones previsibles de un proyecto contradictorio e insensato, la Unión Monetaria.

Lo que resulta más sorprendente es la postura de los gobiernos del resto de los países comenzando por Francia, que han asumido, en una especie de síndrome de Estocolmo, los planteamientos alemanes que conducen a sus economías al abismo; y aun más sorprendente si cabe la de todos esos comentaristas españoles que dicen ponerse en el lugar de Alemania y mantienen la tesis de la prodigalidad de los países del sur. Lo menos que se puede decir de los bancos españoles, irlandeses o italianos es que han actuado de forma irresponsable, pero no más que los alemanes o los franceses.