No queremos volver a la Europa y a la España del siglo XIX

El viernes pasado, 1 de junio, el diario El País presentaba con cierta relevancia, un artículo titulado “No queremos volver a la España de los años cincuenta” firmado por tres brillantes y jóvenes economistas. Los tres tienen en común el hecho de dar clases en universidades extranjeras, lo que concede una gran prestancia en este país de papanatas dispuestos a adorar, con ese secular complejo de inferioridad, todo lo que provenga de allende los Pirineos o de más allá de los mares. Presentan además otra nota en común, pertenecen a esa sociedad tan aséptica y neutral denominada Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA), fundada y dirigida por las instituciones financieras y por las grandes empresas del país, es decir, las mismas instituciones que han creado esa situación tan dramática que ahora nos describen los ínclitos profesores. Son, por tanto, miembros de ese grupo de cien economistas que en distintos manifiestos han tomado postura a favor del despido libre y gratuito y del desmantelamiento del sistema público de pensiones.

 

Para estos insignes profesores, el BCE y Alemania son entidades benéficas y gracias a ellas la economía de nuestro país, basada en el despilfarro y en el caciquismo, no se ha precipitado al abismo. Escriben que “Alemania no quiere dominar Europa. El problema es precisamente el contrario, que Alemania quiere que la dejen en paz y asegurarse de que no se le impone una solución en la que le toman el pelo y en la que debe hacer transferencias al resto de Europa hasta el fin de los tiempos”. Si atendemos a la Historia, no parece que pueda extrañarnos que muchos ciudadanos europeos sospechen que Alemania ansía dominar Europa. En cualquier caso, de lo que no hay duda es que quiere -y lo está consiguiendo- dominar y constituir una dictadura en la Eurozona. Además no lo oculta. Merkel parece hacer ostentación impúdica de ello. Y el BCE se limita a ser un mero apéndice de Berlín.

 

En cuanto a las transferencias, discurren más bien a la inversa: del resto de los países hacia Alemania, ya que su economía está logrando financiarse gratis a costa de los demás y, lo que es más importante, el mantenimiento del mismo tipo de cambio le está permitiendo ganar competitividad en los mercados y apoderarse de un trozo mayor de la tarta. Alemania, por otra parte, no ha puesto en términos relativos ni un euro más para el rescate que, por ejemplo, España. Tampoco a los países rescatados se les ha hecho ningún favor, ya que las condiciones han sido draconianas. En realidad, a quien se rescata más bien a los bancos de los países acreedores, entre otros a los alemanes.

 

Estos profesores pintan un escenario dantesco fuera del euro. “Extra Eclesiae non est salus”, fuera de la Eurozona no hay salvación; en el fondo, el neoliberalismo tiene mucho de nueva religión. Lo cierto es que la crisis ataca especialmente a los países de la Unión Monetaria, y que aquellos otros que tuvieron el acierto de no entrar en tan selecto club están capeando la situación de forma bastante más desahogada. Porque el quid de la cuestión no radica en salir, sino en que no teníamos que haber entrado. Los firmantes del artículo, quizá por su juventud, no tuvieron nada que ver con el desatino, pero sí sus insignes maestros y precursores en el neoliberalismo, y ellos mismos parecen estar ahora plenamente de acuerdo con la incorporación ya que no encuentran en ella el origen de ninguno de nuestros males.

 

La descripción que los doctos firmantes del artículo hacen del posible retorno a la peseta es de trazo grueso, sin matizaciones, cayendo muchas veces en contradicciones y sin tener en cuenta las distintas hipótesis, por ejemplo, qué ocurriría si el euro dejase de existir. En todo caso, nadie niega la trampa en que nos han metido y que la vuelta atrás resulta problemática y puede tener un coste muy elevado. Prueba palpable del dogmatismo que profesaban los padres de la Unión Monetaria es que nunca sospecharon que la aventura pudiera acabar mal y que quizá resultara necesario el retorno a las antiguas monedas. Los profesores nos amenazan con que fuera del euro volveríamos a la España de los años cincuenta y al caciquismo. Como buenos neoliberales, no saben de posturas intermedias. O libertad absoluta para el capital, las empresas, los flujos financieros y los mercados o economía cerrada y autarquismo. Pero se dice que en el medio está la virtud y establecer un código de circulación no significa prohibirla o eliminarla.

 

Con todo, la cuestión de fondo que se plantea es si el euro puede mantenerse y, en todo caso, cuál es el coste de nuestra permanencia. El artículo no describe explícitamente qué nos espera dentro de la Unión Monetaria, sin embargo, los autores nos dan una pista sobre lo que piensan, cuando minimizan todos los ajustes, reformas y recortes acometidos y proponen un gobierno de tecnócratas que sea capaz de llevar a cabo lo que consideran las reformas de verdad. Si hasta ahora se ha cercenado gravemente el Estado social, parece ser que eso no es nada para lo que se avecina y desean tan ínclitos economistas en consonancia con los que mandan en la Unión Monetaria: retornar al liberalismo del siglo XIX o principios del XX, a ese Estado gendarme y policía, que se inhibe ante los problemas sociales y económicos y contempla impasible la injusticia y la pobreza de la mayoría de los ciudadanos, a ese Estado sin democracia, en el que el gobierno es tan solo el consejo de administración de los poderes económicos.

 

Para terminar, los autores del artículo citan la conocida frase de Ortega de que Europa es la solución. Pues bien, esa Europa a la que se refería Ortega hace 102 años, fue la del liberalismo, la de las dos guerras mundiales y una enorme crisis económica. Algunos no anhelamos esa Europa a la que la actual tanto se va pareciendo. Queremos la Europa de los cincuenta y los sesenta, la de los Estados democráticos y la de la economía mixta. Los tres profesores gritan enfáticamente que no quieren volver a la España de los cincuenta. Somos muchos los que no lo deseamos, pero la diferencia es que tampoco queremos retornar a la Europa y a la España del siglo XIX.