Bienvenida la subida del IRPF

Vaya por delante que, tal como he escrito en múltiples ocasiones, considero suicida la brutal política de ajustes fiscales que están adoptando, presionados por Alemania, los países europeos. Solo puede conducir, como así está ocurriendo, a la recesión. Es más, pienso que dentro de la Unión Monetaria no hay solución. Pero, una vez que se ha apostado por esta política, no todas las medidas son iguales y desde luego la subida del IRPF es bastante más equitativa y mejor que otras que se han tomado o que se pueden llegar a tomar, tales como congelar las pensiones, reducir brutalmente las retribuciones de los funcionarios, deprimir los servicios públicos, elevar los tipos de IVA, implantar el copago sanitario o eliminar el complemento de 400 euros a los parados de larga duración.

 

La subida del IRPF distribuye el coste del ajuste de manera bastante equitativa. En primer lugar, deja fuera de la penalización a las clases más deprimidas, a la mayoría de los parados y pensionistas, a los trabajadores con salarios más bajos; en definitiva a todos los que no están obligados a tributar por el IRPF. En segundo lugar, al recaer sobre la renta, aun cuando la subida de tipos fuese uniforme, se gravaría en mayor medida a aquellos contribuyentes con ingresos altos, pero tanto más si, tal como se ha hecho en esta ocasión, los incrementos en la tarifa se realizan con una fuerte progresividad, del 0,75% al 7%. Para ver cómo se distribuye el impacto basta con acudir a algunos de los ejemplos que ha facilitado el Gobierno.

 

Los detractores de la medida objetan que incide únicamente sobre las rentas de trabajo y sobre las clases medias. Hay algo de verdad y mucho de demagogia en tal aseveración. Primero, el abanico de las rentas de trabajo, incluyendo las de profesionales, es muy elevado. Todos los días aparecen en la prensa las remuneraciones escandalosas que cobran algunos ejecutivos y son sin duda muchas más las que no se publican. Es posible que todos estos altos directivos o profesionales no estén muy contentos con la medida adoptada. Segundo, el incremento aprobado afecta también a las rentas de capital. Es verdad que se piensa recaudar dos terceras partes del total de las rentas de trabajo, pero es que las rentas de trabajo constituyen las dos terceras partes de la renta nacional. Tercero, algunos tienen un concepto muy restrictivo de lo que es clase media. Se sitúan en la clase media cuando en realidad pertenecen a ese 10% de mayores ingresos.

 

Dicho lo anterior, hay que añadir no obstante que la medida se queda corta, y que hubiera sido una buena ocasión para eliminar el privilegio del que gozan las rentas de capital e integrarlas en la tarifa general, dando de nuevo unidad al gravamen. Por otra parte, debería haberse completado con una reforma en profundidad del impuesto de sociedades, ya que la mayoría de las rentas de capital se generan en las corporaciones. En las circunstancias actuales este impuesto apenas recauda; en parte, sí, porque los beneficios son menores, pero también porque la cantidad de deducciones y exenciones que acumula esta figura tributaria hace que las empresas con fuertes ganancias -que también las hay- casi no tributen. El tipo efectivo (10%) está muy lejos del nominal (30%). Estos beneficios fiscales no están ayudando a las empresas en dificultades (no tienen ganancias y por lo tanto tampoco están gravadas por el impuesto), sino a las empresas boyantes que obtienen múltiples beneficios y se aprovechan de las ventajas fiscales. Sería necesario también impedir que las grandes fortunas utilizasen las sociedades como medio de eludir las distintas cargas fiscales.

 

En cualquier caso, la opción de elevar el IRPF es desde todos los ángulos bastante mejor que la de incrementar los tipos del IVA. Por supuesto, resulta mucho más equitativa, ya que el IVA incide por igual en toda la población, con independencia de la renta que se posea, pero es que, además, el impacto sobre la actividad es inferior, ya que la propensión a consumir es tanto mayor cuanto menor sea la renta.