Felipismo y zapaterismo, sin renovación

El PSOE es un partido ya longevo y como tal consciente de que, al menos en España, los votantes castigan las divisiones; por eso, después de los movimientos tácticos y casi bélicos de la última semana de mayo, la calma, al menos aparente, retornó el fin de semana. Calma propiciada por la renuncia forzada de Carmen Chacón, por la convocatoria de elecciones primarias, que no son ni elecciones (ya que solo hay proclamación) ni primarias (porque, como he escrito con frecuencia, en las elecciones generales no se elige a un presidente del gobierno sino únicamente a diputados) y por el anuncio de unas jornadas de reflexión con las que se intenta compensar a los que reclamaban la celebración de un Congreso extraordinario.

 

Aparentemente y hacia el exterior, estos últimos motivaban sus exigencias en la necesidad de plantear el "qué" antes del "quién", y de reflexionar y debatir sobre el mensaje y el discurso. Pero me da la sensación de que esto era simplemente la excusa y que otra era la batalla que se estaba librando en la trastienda.

 

Por una parte, resultaba lógico que Rubalcaba ambicionase llegar a la próxima campaña electoral no solo como candidato a la presidencia sino como secretario general del partido. De hecho, nunca ha ocurrido lo contrario (Borrell abandono a medio camino). Es tan lógico que no es fácil explicarse cómo el vicepresidente ha aceptado por fin lo contrario. La única causa posible habrá que buscarla en aquello de los griegos: “Los dioses ofuscan a los humanos a los que quieren perder”. Y un dios terrible es la ambición. Lo previsible es que sea derrotado en las elecciones, con lo que terminaría saliendo de la vida política por la puerta de atrás. No parece viable que después de la debacle, si la hubiese, pueda aspirar a ser elegido secretario general del partido. Otra cosa sería si se presentase como tal, pues aunque no ganase en los comicios podría continuar en el cargo -tal como hicieron en su día González, Aznar, y Rajoy- y contar con cuatro años para reconstruir el partido y presentarse con mayores posibilidades a unas nuevas elecciones. De ahí su aspiración, manifestada por medio de sus seguidores, de que se celebrase un Congreso Federal.

 

Con cierta lógica también, desde el punto de vista de sus intereses, Zapatero se niega a quedarse como reina madre, presidente de un gobierno apoyado en una formación política cuya jefatura no ostenta, y por esta razón propugna las primarias como procedimiento de separar el puesto de candidato a la presidencia del gobierno del liderazgo del partido. Zapatero contaba con un arma en la que, al parecer, ingenuamente no repararon los defensores de la celebración del Congreso, amenazar con el adelanto de las elecciones generales que todos querían evitar.

 

Ante esta alternativa, se alcanzó una solución de compromiso. Si bien Rubalcaba no lograba su objetivo, conseguía al menos no ser sometido a la humillación de tener que entrar en liza, agrupación por agrupación, con alguien que consideraba de segunda categoría; teniendo en cuenta, por otra parte, que, según la experiencia pasada, las primarias las carga el diablo, se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan. Se anunciaba, además, la celebración de una conferencia programática, lo que aparentemente servía ante la opinión pública de respuesta a la demanda del Congreso extraordinario.

 

Zapatero ganaba el pulso y Rubalcaba se veía en la tesitura de aceptar las condiciones o abandonar. Es difícil creer que alguien con su experiencia política no se guarde algún as en la manga. No es posible que la ambición le ciegue de tal manera que no vea que lo más probable es que el próximo año sufra un descalabro electoral. Él es el menos indicado para convencer a los electores de que el PSOE va a realizar una política distinta de aquella por la que ha sido castigado en las urnas el pasado 22 de mayo. Tal como ha dicho Juan Carlos Carmona, un militante socialista de Sevilla que ingenuamente aspira a ser candidato en las primarias: Rubalcaba representa el felipismo y el zapaterismo a la vez, sin renovación.