Empobrecer al vecino

Alemania, como era de esperar, sufre también las consecuencias de la recesión en la Eurozona. El último trimestre del año pasado su economía se contrajo un 0,5% en relación con el trimestre anterior. Su crecimiento económico durante 2012 solo ha alcanzado un 0,7%, cifra que contrasta con las tasas de los años anteriores situadas por encima del 3%. La política de Merkel, basada en la austeridad y en los recortes, por fuerza tenía que acabar dando este resultado.

Entre las muchas contradicciones que presentan el  neoliberalismo económico y el discurso oficial, no es la menor la que hace referencia al comercio exterior. En los foros internacionales, los gobiernos se apresuran a condenar las devaluaciones competitivas y toda suerte de prácticas restrictivas de la competencia; reprueban, en definitiva, lo que llaman la política de empobrecer al vecino, es decir, crecer a base de quitar un trozo de tarta a los otros países. Razonan con lógica que el vecino termina reaccionando de la misma manera, con lo que se establece una lucha entre todos los países cuyo resultado no es otro que el empobrecimiento generalizado. Sin embargo, después, esos mismos gobiernos practican y defienden tal política, solo que bajo el eufemismo de la competitividad.

El discurso teórico de Merkel y la política económica alemana en los últimos años han estado basados en esta estrategia. Su crecimiento económico no se fundamenta en la expansión de la demanda interna sino en el sector exterior, es decir, en conseguir que el montante de las exportaciones sea mucho más elevado que el de las importaciones, obteniendo así un superávit en su balanza de pagos, que tiene su correlato ineludible en el déficit de otros países y, por lo tanto, en su empobrecimiento.

El crecimiento alemán en esta última temporada no se ha logrado a base de hacer más grande el pastel sino en repartirlo de forma desigual, desposeyendo a otra serie de países de un trozo del mismo. Los mandatarios alemanes, desde Schröder a Merkel, no han dudado en empeorar las condiciones laborales y sociales de sus conciudadanos con tal de conseguir que sus precios se incrementasen menos que los de otros países europeos y obtener así ventajas comparativas en el comercio exterior.

Sin embargo esta estrategia habría sido imposible de no existir la Unión Monetaria, porque los gobiernos de los países deficitarios se habrían apresurado a devaluar su moneda (y de no hacerlo, los mercados les hubiesen obligado a ello), con lo que sus déficits por cuenta corriente se hubiesen corregido, pero también el superávit de Alemania. Paradójicamente, la estrategia de Merkel es contradictoria con su discurso de forzar a los otros Estados de la Eurozona a la austeridad y a los recortes, ya que si otros países ganan en competitividad será a condición de que los demás, incluida Alemania, la pierdan.

La competitividad es un concepto relativo. Una empresa, un país, no son competitivos en abstracto, siempre lo son por referencia a otros. Se es más o menos competitivo que alguien. La competitividad suele ser un juego de suma cero. Existen dos formas de intentar alcanzar la tan ansiada competitividad. La primera es real, correcta, mediante modificaciones efectivas del proceso productivo, incrementando, pues, la productividad. Se innova, se investiga, se modernizan las estructuras y las técnicas, se organiza y se utiliza mano de obra cada vez más cualificada. La segunda es ficticia, artificial. Se encamina exclusivamente a reducir costes y por lo tanto el precio, bien modificando el tipo de cambio, bien disminuyendo los salarios y las cotizaciones sociales, bien rebajando los impuestos o incrementando las subvenciones. La reducción de los costes en estos casos no viene motivada por ningún avance en la productividad, sino que es el simple resultado de artificios, más o menos tramposos, con los que ganar momentáneamente cuotas de mercado. Momentáneamente, porque hay que suponer que los competidores no permanecerán impasibles ante estas medidas y reaccionarán de forma igual o parecida.

La política de empobrecer al vecino, tal como la practica Alemania, tiene una limitación clara. No se puede vivir en exclusiva de las exportaciones. Si empobrecemos a los otros países generando en ellos un déficit crónico de la balanza de pagos, que se corresponde con nuestro superávit, antes o después no podrán comprar nuestros productos, habremos matado la gallina de los huevos de oro, nuestras exportaciones caerán y también la economía en su conjunto.

La economía internacional se ha ido adentrando progresivamente en una encrucijada peligrosa, permitiendo que los países mantengan fuertes desequilibrios en sus balanzas de pago. Ello solo puede crear inestabilidad y dañar a medio y a largo plazo el crecimiento. Para sostener la actividad económica es preciso que todos los países potencien su demanda interna. Merkel, con su política de austeridad, ha deprimido el consumo de Alemania, que se mueve en una cifra comparativamente baja (el 57% del PIB cuando, por ejemplo, en EEUU esta en el 70%). Ha basado todo su crecimiento en el sector exterior, empobreciendo de este modo al resto de los países europeos e introduciéndolos en la recesión o en el estancamiento. Merkel parece no ser consciente de que una vez que la Eurozona entre en recesión, inevitablemente también llegará el problema a Alemania, o al menos su crecimiento será mucho más moderado que el que podría ser, ya que no habrá quien compre sus productos.

Hay una corriente en Alemania que considera que las exportaciones de su país y por lo tanto la consistencia del sector exterior están asegurados con China y demás países del Este asiático. Se equivocan. Una buena parte de las ventas del país germánico se realizan con los países europeos y el enfriamiento de estos mercados forzosamente tiene que afectar, como ya se está viendo, a la economía alemana. Pero es que, además, la economía internacional se encuentra toda ella interrelacionada. Malamente China va a adquirir los productos alemanes si el resto de Europa no adquiere los de China.